Sequía y despilfarro

Dice Houllebecq que a los españoles no les gusta la cultura, que la toman como una ofensa personal, tal vez esté en lo cierto, gran parte de este maravilloso libro se desarrolla en España. Creo que en el fondo, el escritor francés admira el carácter y la forma de vida española tal como lo hacían Shopenhauer y Cioran, dos de las inspiraciones más claras en su pensamiento. En el transcurso de la lectura de «La posibilidad de una isla», H. Retoma muchos de los temas tratados en sus anteriores obras ( Las partículas elementales , Ampliación del campo de batalla ...): La soledad, la incomunicación del hombre y la angustia que ella provoca, la juventud como auténtica posibilidad de vida, la inevitable vejez como crónica de una muerte anunciada, la religión (H. Ha tenido serios problemas con la comunidad islámica europea), la ciencia. El amor y la bondad como auténticos valores salvadores de una sociedad, que parece querer encaminarse a su propia autodestrucción. La tinta de H. Está cargada de ese pesimismo que nos hace más fuertes, como decía Nietzsche. Lúcido como muy pocos, el Kafka de nuestro tiempo, tal como lo definió en una ocasión su amigo Arrabal, parece divisarnos desde las alturas, desde muy lejos, para no pactar con nada ni con nadie que lo separe de los valores en los que cree, que lo separe de sí mismo. En una sociedad impregnada de superficialidad, relativismo filosófico y prejuicios, no confía, para nada, en cualquier forma de revolución, de política, ni de religión. Esa «mosca cojonera del poder» le trae sin cuidado. Se podría decir que H. es anarquista en la misma manera que lo son Pessoa o Baroja. Egoístas como las plantas y los ríos. Si se quiere más griego que romano a la manera de Heidegger, siendo ante todo persona, ante todo, ser humano. La lectura de H. no deja indiferente a nadie. Su última obra, ganadora del premio más importante de las letras francesas, es superior a las anteriores. Este verano, no os olvidéis de Houllebecq. C. Nistal (Astorga). Ana Sánchez (León).