LA TORRE VIGÍA
La otra tierra quemada
EN MEDIO DE LOS INCENDIOS y los recuentos de hectáreas, de las especulaciones y los debates bizantinos, de las cenizas arrastradas, y del descanso aportado por las lluvias de un invierno ya tradicional -«por la Peregrina, el inverno encima»-, nos habíamos olvidado de ETA y Batasuna, del juez Garzón -que pronto reclamará su competencia sobre el terrorismo incendiario-, de la treguas forzada o voluntaria, y de la tierra quemada por cuatro décadas de sangre. Pero el amargo comunicado emitido el jueves por la banda terrorista vino a recordarnos que Euskadi sigue ahí, que el inicio del curso político se acerca, y que pronto vamos a estar metidos en una vorágine de acontecimiento que nos va trasladar del protagonismo que nos dan las grandes catástrofes al olvido que suele depararnos la política ordinaria. Lo primero que nos espera es «la hora de la verdad» de la tregua, en la que Zapatero se juega, además de nuestra paz, el balance final de esta legislatura. Después vendrá el debate sobre nuestra acomplejada política de participación en todos los avisperos que levanta Bush, y que muy pronto nos va a permitir vanagloriarnos de que en los cuarteles de nuestro benéfico Ejército «nunca se pone el sol». A continuación vendrán las elecciones catalanas, con su diluvio de extrapolaciones, pactos y precios políticos. Más tarde, supongo, hablaremos de inmigración, con una añoranza profunda de la Europa que se malogró en el referendum de Francia. Y por último -que no por fin- llegará la larga campaña de las elecciones municipales y autonómicas, en la que volverán a surgir, debidamente emponzoñados, todos los temas citados. Así que voy a soslayar los incendios -sólo a medias- para decir que me parece una enorme irresponsabilidad el haber abierto un proceso de conversaciones con ETA, para dejarlo languidecer y envenenar en un torrente de tópicos y calendarios arcanos que pueden poner la paz en grave peligro y abocarnos a un largo túnel de dolor y de muerte. Quien haya escuchado las declaraciones de Otegi, o el comunicado de ETA, y lo haya contrapuesto con la respuesta del Gobierno y del PSOE, se habrá dado cuenta de que estamos ante una dialéctica endiablada que enfrenta dos lógicas aplastantes. Y por eso quiero recordarle a Zapatero que las lógicas aplastantes no sirven para negociar, sino para aplastar, y que, lejos de estar demostrando unha habilidad y una intuición sin precedentes, está poniendo en riesgo la mejor ocasión que vieron las décadas pasadas y esperan ver las venideras. Lo de ETA, como es obvio, no da para más. Pero no podemos dejar de decir que un amargo pesimismo se está empezando a colar por las grietas abiertas en la tregua.