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Publicado por
MIGUEL A. VARELA
León

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ESTOS DÍAS ha muerto Hilario Camacho, un cantautor que fue joven en el año 68 y bregó cuarenta años de carrera artística luchando contra el viento y la marea de lo trillado. Han aparecido en los papeles algunas necrológicas muy discretas, breves y sentidas. Estos días, un cuarteto británico que también empezó en los años de la década prodigiosa ha suspendido los dos conciertos previstos en España de su última (?) gira europea. El dato ha merecido portadas en los periódicos y amplios reportajes en las ligeras páginas de verano, por las que incluso hemos sabido que dos alcaldes bercianos se han quedado compuestos y sin adrenalina frente al campo de plásticos de El Ejido. Desolados cuarentones han mascado su decepción para la prensa y la lengua más famosa de la historia de la música ha quedado colgando, flácida y burlona, sobre las farolas de la mercadotecnia. Hilario Camacho dedicó cuatro décadas a buscar caminos personales para la música. Tocaba en locales pequeños para unos pocos, muy pocos, fieles. Los Rolling convirtieron su iconoclasta rebeldía en codiciada mercancía de la industria pop y el anuncio de una gira suya provoca espasmos en la bolsa mundial de los grandes conciertos, a la que acuden instituciones tan serias como la Junta de Castilla y León en busca de unos minutos de promoción universal a la sombra del mito afectado por el síndrome de Peter Pan. Los cantautores de siempre mueren en silencio y, con suerte, algún nostálgico recuerda, algún día, una de sus canciones. Los viejos rockeros, en cambio, se sabe que nunca mueren, pero una afonía inoportuna es capaz de provocar una comisión de investigación en algún oscuro parlamento regional.

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