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CRÓNICAS BERCIANAS

Los apestados del perrito

Publicado por
MANUEL FÉLIX
León

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EL QUE TENGA un animal de compañía en casa me entenderá. Si aún están o han disfrutado ya de unos días de vacaciones, y han elegido el mar, ¿no se han sentido unos verdaderos apestados de la sociedad?. A mí eso me ha pasado al intentar que el perro también respirara la brisa del Cantábrico. Sólo que al animal se le ocurría enfilar la nariz hacia la arena, ya te estaba encima del cogote la Inquisición de los cien mil ojos inyectados en sangre, advirtiéndote que, ¡pobre de tí como le permitas dejar pisar la arena!. Hay mucho gilipollas, -«lelo-lela», que diría Zapatero-, con cara de conejo, al que le preguntas si quiere una zanahoria y te responde que sí. Vamos, mucho memo de lo políticamente correcto y que luego son de los que se mean en la piscina. Soy de los que intento cumplir las normas. Sé que está prohibido meter perros en la playa y entiendo que no puede ser que te salte el animal cuando estás churrado de bronceador, y mucho menos que haga sus cacas en la arena, aún cuando hay familias que dejan su espacio hecho un estercolero y camuflan la colilla. Pero, lo cierto es que existe verdadera psicosis humana al ver la tan cruenta escena de un perro saltando las olas. Y digo yo, ¿las suelas de las zapatillas no llevan más contaminación a esa playa que las pezuñas de mi perro? Me pasó en un pueblo de la costa. Eran las siete de la mañana y fui tan osado que madrugué y metí al animal en la arena, pegadito al espigón de bloques de cemento, sobre los que habían creado un paseo y un rompeolas. A esa hora había una señora en la otra punta de la playa. Casi ni la distinguía. Bueno, pues créanme: vino como abducida hacia mí y en perfecto castellano poco menos que me llamó terrorista de la naturaleza. Tuve que irme con ganas de preguntarle si también había llamado terrorista al alcalde, por permitir que «el progreso» depositara allí aquellas moles de cemento. Pero, siempre hay un roto para un descosido. Encontré un lugar donde, por un momento, me sentí libre como cuando era pequeño y cundían las tardes de verano. Una cala pequeña donde cada uno no prejuzgaba a nadie y había un equilibrio social. Había nudistas, había gente vestida, había perros. Unos se bañaban, otros no, y todos en perfecta armonía. Allí se respiraba paz y libertad. Ya no quedan lugares así. El otro día en Ponferrada vi de nuevo cómo un señor la emprendía a voces contra una mujer que echaba pan duro a las palomas del puente Cubelos. Su teoría era que transmitían «piojillos». Decía que había que matarlas a todas, como a las cucarachas del barrio de Compostilla. Se han fijado, se me acaba el espacio para la crónica y no hay ni rastro de política berciana. Estamos en agosto. ¡Ya llegará septiembre!. Verán cómo algunos para sentirse vivos tendrán que salir en el papel de este periódico. Es cierto, y si no, que se lo pregunten a los vecinos de San Cristóbal o a los de Compostilla. Los primeros llevaban tiempo escribiéndole al alcalde que no tenían agua. Se les ocurrió amenazar con cortar la Vuelta Ciclista, salió en el periódico, y ya está el Ayuntamiento buscando pozo. Y lo de las cucarachas, lo mismo. Si no sales, no eres nadie.

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