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León

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Soy un empresario con un establecimiento comercial en el centro de nuestra ciudad. Una vez más, y van... demasiadas, he sido víctima de alguno de los incívicos y maleducados que se dedican con nocturnidad a destrozar las fachadas y escaparates de nuestros negocios, estampando su infame firma de descerebrados. No puedo esperar que estos impresentables se reformen y dejen de cometer sus fechorías, pero si debo esperar que el Excelentísimo. Ayuntamiento de León atienda las innumerables denuncias presentadas sobre el particular, y tome de una vez por todas cartas en este asunto, a través de su flamante y bien dotada Policía Municipal, para que vigile, investigue, y en su caso sancione a los responsables. A lo mejor poniendo el mismo celo que el demostrado para combatir las infracciones de tráfico se soluciona este asunto. Por otra parte, es el propio Ayuntamiento quien exige en determinadas zonas de la ciudad que el revestimiento de las fachadas de los locales sea de piedra natural de un determinado tipo, obligación (carísima, por cierto), que quien suscribe cumplió sin rechistar, y para qué, para que la ensucien una y otra vez ante su evidente pasmada pasividad. Otro motivo de reflexión es que las paredes y escaparates manchados de este modo, no solo constituyen un perjuicio para los sufridos comerciantes, sino que además son un evidente deterioro de la imagen que la propia ciudad proyecta al exterior, a los que nos visitan, que ven como todos y cada uno de los establecimientos tienen la marca de algún descerebrado, así que, por favor, señores responsables municipales, por el bien de todos, solucionen este problema ya. José Antonio Álvarez González (León) Ante l a situ ación del Líbano y Tierra Santa, el Papa nos pide a los cristianos oración y penitencia por la paz. Mucha gente dice: «Si yo no sé orar. ¿Qué tendré que hacer para ser escuchado?» Me fijo concretamente en el ejemplo de Abrahán, de fe asombrosa y hombre humilde. El pasaje bíblico de qure relata su conversación con Yhaveh, cuando Dios le dice que «el clamor de Sodoma y de Gomorra es grande, y su pecado gravísimo...» es realmente sobrecogedor. Así me explico yo la confianza de Dios en este hombre de buen corazón, que no se inhibía ante los problemas ajenos sino que los hacía propios: «...¿Es que vas a borrarlos, y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro?» (Génesis, 18). Insiste. Abrahán se convierte en mediador para que Dios tuviese misericordia de aquel pueblo, aunque en vano porque no encontró allí apenas justos, salvo a Lot, librado por ello de la lluvia de azufre. ¿Cómo oraba? Con humildad y un respeto reverencial: «Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor -le dice-, yo que soy polvo y ceniza». Y Dios le regalaba su cercanía. ¡Cuántas veces nosotros oramos, pero pensando que no seremos escuchados, y creyendo que somos algo y que Dios nos debe mucho...! No sabemos rezar. Me gusta leer vidas de santos y veo en ellos este denominador común, que les hizo, a no pocos, milagrosos: su oración era reverente y confiada, perseverante y desde la bondad y la humildad del corazón. Me impresiona el poder de los justos: por ellos, Dios puede perdonar a tantísimos. Josefa Romo (Valladolid).

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