Nava York

MI AMIGA BEATRIZ, la rubia más vivaracha y atractiva de aquellos contornos, es la responsable del titular que encabeza estas líneas, aludiendo al envoltorio de cosmopolitismo y buenas hechuras que ha transformado el alfoz de León en los últimos años. El rosario de ventas y poblachos que rodeaba antaño a la capital, un panteón de sobrantes y desheredados de la fortuna constituido a modo de desperdigado patio de vecindad, se va despertando de la sórdida realidad del pasado para sumarse al dictado de las tendencias y la patina de lujo que surgen, como una onda expansiva, desde el centro urbano asentado en el viejo y venerable casco histórico. Los renglones torcidos de la desidia y el abandono están pasando, en fin, a peor vida, reemplazados por los evidentes y nuevos signos del bienestar y el espectáculo en la calle que antes eran privilegio casi exclusivo del cogollo ciudadano. Raro es el día en que no surge un nuevo logro a incluir en el fondo patrimonial del entramado periférico, bien sea un Centro de Día en Armunia, la casa cívica recién amueblada por el Instituto Leonés de Cultura en esa Nava York sumida en una gratificante burbuja de vida vecinal, o la última y despampanante construcción erigida por los poderes fácticos de la industria del ladrillo. Así las cosas, la estrechez de los horizontes locales se va ampliando gracias al cuantioso arsenal de contribuyentes e hipotecados que, enarbolando a mano alzada la bandera de la ilusión, se han empeñado en llevar hasta las últimas consecuencias un lifting urbanístico y arquitectónico en el vetusto cinturón de pobreza y abandono que tradicionalmente rodeaba a León. Bienvenidos sean.