EN BLANCO
Santo biquini
DÍAS MÁS CORTOS y cierto relente mañanero son las tarjetas de visita de ese futuro otoñal que desgraciadamente se va disponiendo para mordernos la yugular, así que con el fin de aliviar un tanto el punto agrio de los primeros fríos y la depresión post-tumbona, nada mejor que despedir el gozoso estío recordando que durante el largo y bochornoso verano de este año ese grial del deseo bautizado como biquini ha cumplido nada menos que sesenta años de existencia. Efectivamente; apenas acabada la Segunda Guerra Mundial y para aliviar en lo posible los horrores de lo vivido, el ingeniero francés Louis Réard decidió agitar las hormonas lascivas del libidinoso macho cabrío, merced a una mínima y chispeante prenda de baño que lograba resaltar hasta el límite los bellos contornos de la tapicería femenina. Pasarían bastantes años hasta que semejante bomba carnal comenzara a verse en aquella España ceñuda y desabrida del franquismo, donde lo que no estaba prohibido era obligatorio. Pero llegó la mágica década de los sesenta y el sacrosanto biquini, prenda golfa y zalamera como ella sola, empezó a pasearse por playas y piscinas, activando a tope el lenguaje de las hormonas y provocando un universo de ensueños y placeres que servía, además, como terapia ocupacional para los mirones. Un aluvión de espléndidas mujeres con espaldas inacabables y pechos como balones recauchutados hizo del extra escueto traje de baño su enseña frívola y coquetuela, a modo de picaresca provocación servida en la más lustrosa de las bandejas. En su sesenta aniversario, larga vida a ese grato homenaje al género voluptuoso que es el biquini.