Diario de León

CON VIENTO FRESCO

Inmigración, ¿problema insoluble?

Publicado por
JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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HACE ALGUNOS años leí en un manual de demografía que antes de la Segunda Guerra Mundial, la población europea doblaba a la de África, ahora hay tres africanos por cada europeo. He tenido que confirmar los datos en un libro reciente, y desgraciadamente son ciertos. Hacia 1950 Europa, sin la URSS, tenía 393 millones de habitantes frente a los 222 millones de África, ahora este continente cuenta con 1.453 millones frente 502 millones de europeos. La razón de esta explosión demográfica se debe, como en Europa en el siglo XIX, a un crecimiento vegetativo que se sostiene sobre una elevada tasa de natalidad mientras que, por las mejoras en la alimentación y sanitarias, se ha reducido drásticamente la tasa de mortalidad. Mientras España, como la mayoría de Europa, tiene un crecimiento vegetativo de un 0,7%, las medias de África superan el 2,5% e, incluso algunos países, alcanzan tasas del 3,4% como Uganda. No es extraño así el crecimiento señalado. Dicho crecimiento, que aún se mantendrá durante algún tiempo, es incompatible con la estructura económica de aquel continente, que carece de recursos agrícolas, medios técnicos y capitales suficientes para hacer frente al mismo, deteriorando aún más su ya precario nivel de vida. Por otro lado, la globalización del conocimiento hace que la visibilidad de las diferencias en los niveles de vida entre África y Europa sean el mayor aliciente para lanzar a la emigración a millones de africanos arrostrando todos los peligros que provoca el paso del mar en cayucos o pateras. Ahora lo hacen pacíficamente, como ocurrió durante siglos con los germanos que llegaban al imperio romano desde el otro lado del Rhin; probablemente, sino se pone remedio, ese pacifismo se convertirá más tarde en una invasión violenta. Como entonces, algunos ejércitos, por ejemplo el español, están llenos de «barbaros», quiero decir de extranjeros que, llegado el caso, se comportarán como los germanos enrolados en el ejército romano. La semana pasada estuve en Túnez, uno de los países del norte de África más abiertos y con una economía más diversificada y, hasta cierto punto, exitosa de los del área magrebí. Un país que tiene en el turismo uno de sus principales recursos económicos, pues cuenta con buenas playas y hoteles, y un rico patrimonio histórico y arqueológico, en su mayor parte heredado de púnicos y romanos. Como ocurrió en España en los sesenta, el turismo será en el futuro un factor modernizador y disolvente de las arcaicas estructuras sociales e ideológicas, sino se ve ahogado por una demografía galopante. Dejando aparte esa historia milenaria, la originalidad de su medinas con el laberinto intrincado de callejuelas, comercios y oficios; o el exotismo de sus desiertos y oasis, lo que más me llamó la atención fueron justamente las numerosas antenas parabólicas aún en las casas más miserables, y el número abrumador de jóvenes que llenan las calles y cafeterías desde horas tempranas de la mañana sin hacer absolutamente nada. Antenas parabólicas y jóvenes sin trabajo son dos elementos que animan a la emigración hacia Europa. Túnez es un país musulmán pequeño pero con un gran crecimiento demográfico contenido, en su emigración y en su extremismo, por una economía en crecimiento y un régimen «democrático», que mantiene una presencia policial muy visible en la calle. Aún así, los que emigran hacia Italia y Francia son numerosos. El caso de Marruecos y los países subsaharianos es diferente. En ellos el crecimiento demográfico es aún mayor, las espectativas económicas menores, el Estado débil o desaparecido en un mar de mafias. Con esos ingredientes la inmigración será imparable, especialmente hacia España cuyo gobierno se ha equivocado en su política de extranjería, y ahora Europa nos deja solos ante este grave problema. Esta es solo una cara del problema, la otra, la de miles de jóvenes atraídos por el integrismo islámico, lo dejamos para otro día.

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