Malos tiempos para el amor

INQUIETA la condición amorosa actual. Los jóvenes no se escriben poemas; no hay boleros con «amor es el vapor del pensamiento, con la fragancia del Edén perdido»; los hombres apenas idealizan a las mujeres y las chicas ya no quieren ser Liz Taylor en Gigante o Silvana Mangano en Ana ; y en puestos de poder son incapaces de enamorar. Nos hemos quedado sin héroes ni heroínas, perdimos los referentes amorosos. No hay historias inmortales que conmuevan, tampoco sus cumbres literarias, tan sólo minimalismo resignado. El hombre y la mujer parecen haber dejado de ser el centro de todas las cosas. Ahora el cine es una manida combinatoria de efectos especiales, o un previsible guión progre, moralmente sesgado, de la nueva gente guapa que ha hecho del oportunismo profesionalizado la medida de todas las personas. La literatura moderna ya no es crónica del desasosiego, ni provocación para el vivir exprimiendo las posibilidades del ser, del estar en el mundo con los otros, de la búsqueda de un hombre y una mujer que al final resulten, como las grandes amistades, imprescindibles. La bolsa va bien, pero los indicadores del amor están en mínimos históricos. La mitad de las parejas no encontrará, al menos a la primera, al hombre/mujer de su vida. Zapatero, entre viajes oficiales en jet para mimar a su amada, todavía les ha mandado más señales disuasorias para la voluntad de amar. Otros tantos carecerán de pulsión insuperable para que nuevas generaciones continúen la aventura del vivir. Decididamente hemos fracasado; todas las propuestas para cambiar la vida y cambiar la historia, ensayadas desde 1968, nos han conducido a la más absoluta miseria marxista-grouchista. Nos cargamos el posibilismo y la inocencia amorosa de un pueblo que nos legara parejas ejemplares, así como la paciencia reparadora ante las dificultades familiares, para llegar a este vitalismo cero, al seco envejecimiento en la prosperidad y a la búsqueda de Dulcinea en un foro cutre de Internet. Tan sólo nos queda la esperanza en nuevos jóvenes airados que, hartos del desamor, hagan de la creatividad amorosa su aportación generacional.