Diario de León
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CARLOS G, REIGOSA
León

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MÁS ALLÁ de la legítima beligerancia partidista, la ciudadanía española tiene derecho a preguntar (y a saber) a qué van nuestras tropas a Líbano. Y este derecho a preguntar y saber aumenta a la vista de que ni la resolución de la ONU que ampara su envío ni las declaraciones de líderes estadounidenses, europeos, israelíes, árabes o persas son suficientemente claras. La cosa no mejora si observamos las actitudes de Hezbolá e Israel, que no parecen dirigidas a conseguir el entendimiento. Si nos remitimos al pasado bélico reciente, queda claro que tanto Hezbolá como Israel han aceptado la presencia de tropas bajo mandato de la ONU como medio de superar su propio enfrentamiento sin sufrir más daños. Pero ni Hezbolá ni Israel han abandonado sus propósitos de confrontación y de mutua aniquilación. ¿Acaso alguien cree que la milicia de Hezbolá se va a dejar desarmar para integrarse pacíficamente en la vida política libanesa? No lo cree Hezbolá, pero, sobre todo, no lo creen Irán y Siria, sus patrocinadores, a pesar de las buenas palabras que los sirios le han soltado a un Kofi Annan dispuesto a creer cualquier cosa que le devuelva algún protagonismo a la desfallecida ONU? ¿Y lo cree alguien en Israel, cuyo Gobierno acaba de aprobar un presupuesto militar inusitada e inequívocamente alto? ¿A qué vamos entonces? Nos guían buenas intenciones, pero no se trata de empedrar el infierno con ellas. Si vamos debe ser con todas las garantías internacionales de una búsqueda decidida de acuerdos en la zona. Misión humanitaria sí, pero ¿cuál? Es necesario despejar incógnitas. La paz también depende de nuestra claridad de ideas y de objetivos. Sólo así seremos útiles y eficaces.

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