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Publicado por
XOSÉ LUIS BARREIRO RIVAS
León

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TRAS EL ATAQUE terrorista del 11-S, del que ayer se cumplieron cinco años, Estados Unidos y sus socios occidentales tenían dos posibilidades de respuesta: una que llevaba al refuerzo de las instituciones democráticas y de la legalidad internacional, para perseguir a los terroristas con la ley en la mano; y otra que llevaba a primar la seguridad sobre la libertad, para perseguir a los autores de la masacre con una guerra sin territorio concreto, sin enemigo cierto y sin final prefigurado. La primera solución hubiese necesitado un enorme esfuerzo de coordinación policial, de puesta en común del Derecho Penal y de refuerzo de los tribunales internacionales. Y por eso implicaba la renuncia al trato desigual entre los países y el abandono de los privilegios que algunas naciones ganan y mantienen con las armas. La segunda solución, por el contrario, podía conducirnos al debilitamiento de la ONU y de las instituciones internacionales, a la aplicación de la ley del más fuerte, y a abrir un mundo de conflictos en el que todo parece incierto menos la injusticia, la miseria y la muerte. Bush, Blair y Aznar escogieron la guerra, y, con su injusta prepotencia, arrastraron a ella a las democracias avanzadas. El lenguaje que impera hoy en el mundo es el de las armas. Y, haciendo uso del derecho de guerra, se conculcan los derechos humanos de los pobres, se debilitan y vejan las democracias de los ricos, y se crearon cárceles ilegales donde las democracias ejercen la tortura y el asesinato de Estado. El balance de éxitos, por el contrario, es paupérrimo. El terrorismo mata más que nunca, ya sea en medio de los conflictos armados o en las sociedades hiperprotegidas de Occidente, y ocupa un hueco privilegiado en los análisis forzados del inminente futuro. El precio del petróleo se dispara. Los países gamberros se están haciendo con el liderazgo indiscutible en sus respectivas regiones. Europa hace agua de forma prematura, y la economía americana no levanta cabeza. Sólo Chávez en Venezuela, Ahmadineyad en Irán, Putin en Rusia y Kim Jong II en Corea del Norte han sacando ventaja del viaje que hemos iniciado por la bifurcación equivocada. El 11-S del 2001 sólo trajo al mundo cambios regresivos. Y la lección que podíamos aprender en cabeza ajena la estamos asimilando con lentitud exasperante y a base de injusticias y abusos que atormentan a los débiles y avergüenzan a los fuertes. Y es que, en la bifurcación de caminos que se creó con el colapso de las Torres Gemelas, hemos escogido la peor. Y no por equivocación, o por un lamentable error, sino porque todavía hay líderes que piensan ganar la felicidad, el dinero y la paz haciendo la guerra per saecula saeculorum.