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Publicado por
RICARDO E. TIRADOS BLANCO
León

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CONOCÍ al padre Albano García Abad cuando, hace alrededor de cuarenta años, comencé a estudiar el bachiller en el colegio de San Mateo, de Valderas. Entonces impartía clases de lengua y de francés a los bachilleres, aunque yo también le recuerdo rodeado de colegiales, que es como se llamaba entonces a los chicos que estudiaban para frailes. No tengo que esforzar mucho mi memoria para verlo en aquellos años paseando por las calles de San Isidro y de Los Castillos con papeles bajo el brazo y parándose para charlar con los vecinos sobre los escudos de las fachadas, el nombre de las calles o sobre las utilidades de las bodegas. Son estos recuerdos de chaval de esos que no se te desdibujan con el paso del tiempo. Fue mi profesor durante algunos años y lo recuerdo con cariño. Eran tiempos fáciles para la imposición y la disciplina, pero yo sólo recuerdo de él la tolerancia y el diálogo. Aquel profesor bajito destacaba por su temperamento, su jovialidad, por sus ojos pequeños y brillantes y por su sutil ironía. Recuerdo todavía perfectamente algunas anécdotas que nos contaba de sus regulares viajes a Francia y me acuerdo sobre todo de su pluma, una pluma estilográfica que no soltaba de la mano durante toda la clase. Ya entonces aparentaba ser lo que efectivamente era y siguió siéndolo durante toda su vida: un buen fraile que además de dar clases tenía un especial interés y cariño por la gente, por nuestras costumbres y nuestra historia. Corrieron los años y yo, lógicamente, dejé el colegio... Fui sabiendo más cosas del padre Albano por los compañeros de estudios, por la prensa, la radio, algunos de sus libros... En algunas ocasiones nos hemos encontrado y nos hemos saludado. Él lo primero que hacía era situarme en Valderas junto a la iglesia del Socorro, donde vivía mi abuela, y luego me preguntaba por casi todo y por casi todos. Era muy curioso y yo disfrutaba mucho conversando con él y contándole todas mis pequeñas novedades. Ahora ha muerto. Que el buen Dios le tenga merecidamente en su gloria. Mi madre me dio la noticia con pena por teléfono y al día siguiente, un martes por la tarde, tuvo lugar su funeral. Allí estuvimos muchos, además de sus familiares, numerosos sacerdotes y algunas autoridades. También estuvo una representación de Valderas con las pendonetas de la cofradía de la Virgen del Socorro. Con todo esto que escribo no pretendo descubrir precisamente aquí y ahora la figura del padre Albano. Estoy seguro de que muchos le habrán conocido personalmente en vida, como profesor o como fraile, y otros sabrán de él a través de sus libros, sus colaboraciones radiofónicas y sus frecuente artículos en los medios de comunicación escritos. Yo lo que de verdad quiero, eso sí, es darle tarde pero públicamente las gracias por la cercanía y el cariño que siempre tuvo hacia los pueblos y las gentes de León: La Bañeza, Sahagún, Valderas... y por sus muchos e interesantes trabajos e investigaciones que nos legó. Burgalés de nacimiento, el padre Albano vivió muchos años en Valderas («los mejores de mi vida», le oí decir) y luego residió en León. Durante todos estos años gastó gran parte de su tiempo en conocer y estudiar nuestras raíces y en explicar nuestras costumbres. Desempolvó literalmente y desenmarañó para nosotros todo un conjunto de documentos, de tradiciones y de datos históricos desconocidos o semiolvidados que constituyen de por si buena parte de nuestras principales señas de identidad como pueblos o provincia y que son sin duda nuestra mejor herencia. Hasta pocos meses antes de su muerte aún continuaba, me consta, siguiendo pistas y recopilando datos sobre temas concretos de nuestra historia común. Esa historia con minúsculas de nuestras pequeñas localidades y pueblos tan cargados todos ellos de pasado y de tradiciones y que tan dados somos a ignorar u olvidar. El padre Albano lo entendía así. El sabía que la mejor forma de entender a la gente y de sentirse próximo a ella pasaba por conocer y comprender mejor nuestra rica cultura, nuestras seculares tradiciones y, en definitiva, nuestra semiolvidada historia común. Hagamos todos nosotros un mayor esfuerzo por mantener y por recuperar nuestro rico patrimonio histórico y cultural actualmente tan abandonado por autoridades e instituciones en casi todos nuestros pueblos. Nos va mucho en ello y es tarea necesaria para conocernos mejor y así descubriendo y asumiendo nuestro pasado y sabiendo bien quienes somos y de donde venimos tendremos las mejores garantías para acertar con nuestro futuro. Este es, en mi opinión, el mensaje que nos deja el padre Albano desde su gran modestia y su trabajo continuado de toda una vida. Yo creo sentirme, llegado a este punto, acompañado de muchos si digo bien alto que La Bañeza, Sahagún, Valderas y otras muchas localidades del sur de la provincia leonesa tienen una deuda de gratitud y de reconocimiento con este historiador de trato sencillo y conversación amena que tanto trabajó con intuición y rigor científico aportando nuevos datos históricos sobre nuestra historia local, esclareciendo dudas y enriqueciendo por tanto nuestra memoria y nuestro patrimonio y como consecuencia de todo ello el conocimiento que tenemos sobre nosotros mismos. Para terminar permitirme que recuerde aquí los últimos versos de un conocido y bello poema de Antonio Machado en sencillo homenaje a quien fue además mi profesor de lengua y de literatura: /... / antes que el río hasta la mar te empuje/ por valles y barrancas/ olmo, quiero anotar en mi cartera/ la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera/ también, hacia la luz y hacia la vida,/ otro milagro de la primavera.