Diario de León
Publicado por
CARLOS G. REIGOSA
León

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AHORA que la juventud dura más -cada vez más- que la infancia y los colegas de cincuenta años se tratan entre sí de chavales («hola chaval», «estás hecho un chaval»), los ancianos creen más justo y respetuoso ser llamados mayores antes que viejos. Una cuestión de palabras, pero no una cuestión menor. A EE.UU. ya se le llama el país de la eterna adolescencia. Los iconos de James Dean o Elvis Presley no envejecen y uno se limita a no envejecer con ellos. Si se tiene salud, belleza, vigor, vitalidad y energía (también sexual) se es joven se tenga la edad que se tenga. Hace cincuenta años los jóvenes decían que un señor de cincuenta años era un viejo. Hoy la alquimia de la polisemia lo ha alterado todo, y el señor de cincuenta años con su indumentaria de veinticinco -ropas de marca con autoridad regeneradora y prestigio juvenil- es aún un posjoven prematuro, o un todavía adolescente totémico, con su imagen intemporal, sus auriculares y su trote deportivo. Gente que no quiere envejecer y que se refugia en el Titanic de la apariencia y el presentismo. Parecer joven y vivir intensamente el día a día. Y no salirse de ese espacio socializador -la calle misma-, que paradójicamente es el más individualista -Internet es la nueva calle-. El resultado es una inmadurez galopante y una progresiva negación de la realidad, que se trata de remediar con el estiramiento o lifting de la identidad. El objetivo está claro: no dejar de ser joven. Lo malo es que muchos seres en los treinta ya son demasiado viejos y están demasiado desestructurados para soñar y afrontar un proyecto vital propio, esto es, una vida útil y proporcionada, por etapas, como la Vuelta a España. Es el riesgo de jugar con el tiempo. Da de sí lo que da. Y no se le pueden pedir peras al olmo.

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