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Publicado por
XOSE CARLOS CANEIRO
León

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ME gusta la gente. Que hable, goce, que se manifieste, grite, proclame. Que se entristezca cuando la lluvia llueve, en los días de sol, sobre el alma. Hay días que no llueve, cierto. De niño me pasaba: no llovía nunca. En este tiempo, de septiembre mezclado con melancolía, uno contemplaba árboles pintados de membrillos amarillos. Eran días de sosiego, distantes ahora. Estos días los colecciono para saber que la felicidad es posible. Otros, los más, intento olvidarlos. El pasado domingo no ocupa lugar en mi colección de membrillos amarillos. La gente, que tanto amo, se manifestó en contra de. Empiezo a borrar de la memoria las manifestaciones «en contra de». Esta, las contra el fuego de antaño, contra Prestige, contra guerra, contra el tedio. Ya no me gusta manifestarme contra nada porque sé que los dedos políticos nos manejan cual marionetas. Quiero ser libre. Que no me usen y me tiren después. Usted, ciudadano, no es un trapo viejo. Pero nos usan y tiran, reitero. La política está tan sucia que este país se está convirtiendo en un colector de trapos viejos. Ellos, en parlamentos y debates varios, se tiran los trapos a la cara. Cada vez me gusta más la gente y menos la política. La gente que hace lo que le da la gana. La gente libre que se manifiesta libremente porque quiere: sin autobuses, sin llamadas, sin consignas partidistas flotando detrás del individuo. La gente que amo es la gente libre. Porque la libertad es la bandera que defiendo. Pero la cuestionan. Los unos y los otros: los que empujan al autobús y los que no ven con buenos ojos que la oposición se manifieste. Me gusta la gente porque la gente también se para, a veces, a contemplar los membrillos amarillos. Yo, de niño, lo hacía. Eran días de sosiego. Distantes ahora.