TRIBUNA
Desde la palabra, el gesto, el beso y la caricia
EXISTEN pueblos o villas, por no entrar en ciudades, que celebran la feria del libro en fechas muy distantes al 23 de abril. A la memoria me viene la zamorana Benavente, que ya va por su séptima edición, y la lucense Viveiro, donde el evento corre a cargo del mes de agosto, por lo menos en lo concerniente a este año tan cargado de accidentes ferroviarios en la tierra leonesa y aledaños (aún siento el eco feroz del ocurrido en la palentina Villada hace escasas fechas). Pues bien , he aquí que la última con sus casetas bien dispuestas y concurridas al borde del paseo marítimo llamó mi atención con el ofrecimiento de un libro de autoría extranjera, titulado algo así como Frases para un enfermo de Alzheimer. Lo hojeé, por supuesto, y comprobé que el título respondía a un apartado o capítulo, deteniéndose ampliamente en otros aspectos de la dolencia. Anécdota aparte, ¿qué comentar del lenguaje de estos desvalidos enfermos que ya no reemprenderán nunca el ciclo triunfal de la vida, al menos mientras la enfermedad prosiga siendo un enigma? El asunto, nada optimista, da para mucho antes y después de que al paciente se le estropee o pierda tal facultad. Ahora bien, aunque nuestro comentario se va a centrar en el lenguaje oral, conviene indicar, pese a ser muy de paso, que el lenguaje escrito ofrece, de modo similar, un deterioro progresivo, franco hasta su desaparición (alexia o agrafía), cuyo estudio, conforme bien señala el Dr. Martínez Lage, ayuda en la fase preclínica de la enfermedad al diagnóstico de la misma. Después de lo dicho se impone indicar que el trastorno del lenguaje es el trastorno cognitivo más frecuente y descuellante ya en la fase temprana del mal de Alzheimer tras los problemas de memoria o mnésicos. Y aunque existen libros útiles, dotados de valiosas sugerencias para abordar el anunciado problema de comunicación no hay recetas. No. Mírese por donde se mire no caben las frases hechas, establecidas , o al menos no caben en su textualidad. Lo importante, decisivo es conocer siempre (no lo olvidemos jamás) la historia de vida del enfermo y a partir de ahí construir nuestros mensajes y ayudarle a construir los propios cuando aún puede con aquellas palabras que él conoce o conocía y que por ese motivo le resultan cercanas, gratas probablemente, dentro de un ámbito gobernado por la sencillez, la lentitud, la sonrisa y un tono suave, sin descartar nunca la reiteración si es preciso. De manera que fuera esas frases largas que a menudo tanto nos complican la comunicación a quienes todavía no hemos sido diagnosticados de este terrorífico mal, cuanto más a quienes tienen maltrecha o perdida su capacidad verbal. Alguien podría pensar que todo lo anteriormente expresado es aplicable tan sólo a la etapa en que el paciente aún habla, aunque ya dé muestras de incuestionable anomia inicial (dificultad o imposibilidad para producir palabras adecuadas). No. No es así. Debemos hablarle siempre al enfermo, hable él o no. Pues es un modo de acercarnos a su tan enajenable como indescifrable mundo. Eso sin olvidar que existe un rico lenguaje no verbal que siempre llega y por lo tanto hemos de poner en práctica. Me refiero a los gestos, el dulce tacto, las caricias, los besos, las miradas llenas de ternura... Tengo para mí que si tal hacemos nuestros enfermos aunque no lo sepan manifestar a nuestro modo se sienten mucho mejor. Se sienten atendidos, queridos en su oscuro e inquietante mundo. ¿Qué importa, pues, que las palabras no acudan a sus labios? ¿Qué importa , sí, que su voz aún reconocible o sus gritos o su mudez no puedan trasladarnos que tal comportamiento les resulta apetecible? No seamos raquíticos en la apreciación de este trozo tan significativo como doliente de su vida. No, no hagamos nuestra la tan escuchada frase de «Todo es igual. No sienten ni padecen». Convenzámonos de lo contrario: sí sienten y padecen. Ocurre que la referencia de su particular y atribulado mundo no se corresponde con los patrones establecidos por nosotros. Tan sólo eso. Por consiguiente, procuremos entender incluso el silencio impuesto del enfermo de Alzheimer y hablémosle siempre, siempre desde la palabra, el gesto, el beso y la caricia.