Diario de León
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La reacción airada de musulmanes contra Benedicto XVI por sus valientes palabras en Alemania, condenando el integrismo religioso, son una muestra de la estrechez mental de algunos, incapaces de reflexionar cuando se les contradice. No entiendo el arropamiento mediático que recibe el asunto, eludiendo -quizá por falta de formación religiosa de algunos periodistas o por escasa o nula simpatía a la Iglesia -, explicar el espíritu de las palabras del Papa, dirigidas a los católicos para que no caigamos en la tentación de transmitir la fe con la violencia, al estilo de la «yihad» islámica, ahora que nosotros encontramos en algunos sectores, tantas zancadillas de orden político e ideológico para propagar libremente nuestra fe. Como el Papa, pienso que la fe se muestra pero no se impone, y que por pertenecer a las convicciones más personales y profundas del hombre, debe ser respetada y transmitida con libertad. La fe se impone por sí misma, por la fuerza de la verdad, y jamás hemos de recurrir a las armas ni a coacciones, respetando la libertad humana, en donde reside nuestra dignidad. Ali Bardakoglu, por ejemplo, director de asuntos religiosos turcos, no entiende al Santo Padre y se confunde y confunde cuando dice que las palabras del Pontífice son «muy preocupantes, lamentables y desafortunadas, tanto para el mundo cristiano como para la paz de la humanidad». Por el contrario, como afirma el jesuita Padre Lombardi, «Benedicto XVI quiere cultivar el respeto y el diálogo con las demás religiones y culturas». Lejos de ser intolerante, lo que nos aconseja es el máximo respeto a la libertad religiosa sin imposiciones, él que afirmó en Munich que «tolerancia significa respetar aquello que para otros es sagrado». Josefina Morales de Santiago (Valladolid). Con una absoluta desconfianza a la tutela que se le debe suponer al Gobierno Central y administraciones regionales, en el amparo a sus administrados, escribo esta carta que la pueden suscribir muchos miles de estafados por esa creciente mafia de «operadores» sin escrúpulos que medran a sus anchas sin el menos respeto a los que cayeron en sus redes, y en la más incomprensible impunidad dentro del orden que merece un Estado de Derecho. Somos ya legión los estafados, humillados e indefensos «clientes» que un día tuvimos la desgracia de creer que la picaresca en este país se había desterrado con la tan esperada democracia. Y creyendo, también, que la Ley de la oferta y la demanda, gozaba de un mínimo control por parte de nuestros representantes políticos, optamos por elegir la más favorable a nuestros intereses, tanto económicos, como funcionales. Así se da el caso, de que multitud de ingenuos creímos que «Wanadoo», nos decía la verdad, y picamos un anzuelo del que no hay manera de soltarse: -que teníamos una ganga con la tarifa plana que nos aseguraba la conexión a Internet y a todas las llamadas telefónicas a los «fijos» de todo el país... -que si teníamos algún problema, nada más llamar al teléfono de atención al cliente, nos los resolverían... Pronto nos dimos cuenta del camelo, pues nuestras llamadas seguían siendo computadas en las facturas de Telefónica, además de las de Wanadoo -que nunca te mandan factura, sólo el cargo a la cuenta que ingenuamente les diste-, por lo que pagamos los recibos duplicados. Y cuando quieres reclamar a este teléfono de atención al cliente, resulta que es otra estafa acumulada, pues puedes llamar hasta cien veces al día, que siempre te contesta un disco que tiene la misión de retenerte, desorientarte y hacerte entrar en un círculo vicioso del que no sales nunca. Es decir, que ni te puedes dar de baja, ni nada de nada. Y los que hemos optado por dar orden a nuestro banco para cancelar la domiciliación, somos amenazados de embargo, perseguidos por empresas especializadas en meter miedo con represalias judiciales... En fin, que vivimos la amargura del desamparo y la sensación de que estas mafias pueden tener una raíces inconfesables que nadie se atreve a desmontar, porque el «hacer la vista gorda» puede ser beneficioso para quienes tendrían el sagrado deber de proteger al ciudadano, según aseguraron en sus compromisos electorales. M.ª Esther Suárez Guisuraga (León). Por lo tanto, nada tiene que recuperar ya que nunca fueron de dicho pueblo, al que yo quiero tanto, donde yo fui feliz correteando por sus calles y plazuelas, tampoco fueron la fábrica o el edificio donde tuvo mi padre fábrica de aguardiente, ni el corralón en que estaba el edificio de la fábrica y que tiró y metió la pala para hacer una calle con salida a la plazuela de la Iglesia y que pertenecía a la Casa de los Escudos, mía, y que el alcalde, Roberto López Luna, sin más porque se creía el amo de lo que nunca le perteneció ¿por qué?, yo sí creo que lo sé, ¿quiere ganarse los laureles a costa nuestra, señor alcalde? Sabe que sobre ello hablamos varias veces y de Ud. sólo oímos mentiras y balbuceos. Lo dejamos porque entonces, nos pusimos a vender todo, incluida la Casa de los Escudos. Se vendió, pero como los tales escudos, que tanto persigue, son míos, no fueron incluidos en la venta y está debidamente documentado. No sé de qué artimañas se valió para apoderarse de ellos, pero creo intuirlo y si no los entrega por las buenas y entra en razón, ya se lo dirán por justicia. Ahora, señor Luna, le voy a decir cómo y por qué no son de usted ni del pueblo de Cembranos: Casa y finca fueron de doña Eusebia Escobar, casada con Pedro Balazategui, que fue alcalde de León. Su viuda, arruinada, vendió todo, por tanto el Señorío de Cembranos, dejó de existir y fue luego de José Correo Torrejón y Martranez, casado con Carmen de Polanco Gómez, que entre otros tuvieron una hija, Lucía Correa de Polanco, casada con Diego García Lorenzana, heredera mi madre, Lucía, del patrimonio de mis abuelos. Al vender la casa, no fueron incluidos los escudos, ya que no había porqué incluirlos en la venta. Como puede ver, Roberto, no tiene derecho a ellos, ni la Iglesia ni el pueblo de Cembranos. Son mío, muy míos. Ah¡ Y conste que la que fue mi casa y vendí no estaba en ruinas, ni fue tirada por ese ayuntamiento. Esto a su tiempo se aclarará, usted bien sabe quién la tiró, y fueron cogidos, deprisa, casi de noche, para que no se enterara el pueblo, que sabe de sobra que son míos. ¿Le queda claro, señor alcalde? Creo en la justicia. M.ª Dolores García Correa (Verín). Pedro (León; debate en la edición digital).

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