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TRIBUNA

Consideraciones sobre políticas medioambientales y ordenación rural

Publicado por
César Roa Marco
León

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Que la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León abra un nuevo plazo de alegaciones al Anteproyecto de la Ley de Montes es de agradecer porque da la impresión de que quiere escuchar a los usuarios de esa ley y discutir con ellos sus discrepancias. Con ello, sin lugar a dudas, ha de contribuirse a un mejor conocimiento de la realidad forestal de la Comunidad. En una situación de cambio medioambiental tan grande como el que se está viviendo desde hace ya más de cien años, con intereses en juego contrapuestos y con la disponibilidad de medios tan potentes que pueden cambiar la fisonomía de un lugar, regular con una ley que permita controlar las actividades humanas que afectan a los montes es importante y loable. A pesar de todo, en el debate de hace unos meses los defensores del primer borrador afirmaban que la nueva ley era una continuidad de la de 1957 y que no cambiaban nada. Si se hace una nueva ley, entiendo yo que es para corregir los problemas que se han puesto de manifiesto a lo largo de su vigencia y no han podido resolverse con ella. No voy a discutir el nuevo anteproyecto, esa es la función de los políticos que nos representan, prefiero hacer unas consideraciones de la realidad forestal que veo y no me gusta desde una perspectiva más amplia, que yo definiría como medioambiental. Cualquier empresa que produce bienes y servicios se puede catalogar, y debería hacerse, según el saldo energético obtenido en el proceso productivo. Hay unas con saldo negativo, consumen mucha más energía que la que producen, si producen alguna. Otras, la energía que producen es igual o equivalente a la que consumen, como puede ser la agricultura y la ganadería; y por último hay empresas que producen más energía que la que consumen, las dedicadas a «energías renovables» y las de producción forestal, de gran prevalencia, pero muy marginadas porque no tienen beneficios a corto ni medio plazo. En otras palabras, hay empresas que desequilibran la situación energética del mundo, consumen mucha energía fósil y expulsan directa o indirectamente anhídrido carbónico a la atmósfera. Indiscutiblemente consumen (eufemismo para evitar decir destrozan) medio ambiente y, por lo tanto, tienen su coste específico, como el de personal o el de las materias primas, que no pagan a la comunidad. En justa ley, todo consumo hay que abonarlo a su titular que en este caso es la comunidad. Lo lógico es que el Estado, la Comunidad Autónoma o el municipio correspondiente impusieran una tasa energética en función del saldo energético que generen las empresas para compensar el deterioro indiscutible. Al incrédulo le recomiendo que recorra la carretera C-631 entre Toreno y Villablino y observe el panorama a la altura de Páramo del Sil y Palacios del Sil. Si se aplicase este planteamiento, que no es fácil de hacer, aunque ya existen estudios al respecto y experiencias en algunos países como es el caso de las explotaciones de purines de cerdos, comportaría la realización de auditorías energéticas a las empresas afectadas y éstas han de llevar un sistema de cuentas de las calorías que consumen y de las que producen, similares, más o menos, a las del actual IVA. Más aún es necesario su perfeccionamiento y haría falta incrementar la inversión en I+D+i no sólo en el campo mismo de las especialidades, sino en el de su gestión y control, algo parecido a la aplicación del carné por puntos. Así por ejemplo, una empresa consumidora de energía que sea consciente del problema en que está inmersa y que está generando, podría reconsiderar su situación reduciendo el saldo energético negativo. Tendría que crear, dentro de su mismo grupo, explotaciones de producción forestal que puedan compensar su tasa negativa. De este modo conseguiría varias sinergias positivas. Por un lado se incentivaría la demanda de tierra forestal para reforestación y explotación forestal, que rendundaría en diversos aspectos: Mayor cuidado y vigilancia hacia al monte; las tierras agrícolas marginales, abandonadas en la actualidad, se revalorizarían; se generaría más empleo en viveros, plantaciones, mantenimiento y vigilancia; y, por otro, es posible que los pueblos se repoblarían al generar un incremento de la actividad forestal en el medio rural en franca desbandada. Un punto importante que quiero poner de manifiesto es la propiedad de las tierras marginales, que son clasificadas desde el punto de vista de la explotación agraria como minifundios. Estas tierras, que constituyen una gran superficie en las zonas de montaña, junto con la propiedad pública, están abandonadas, son eriales o pastos muy malos, sin cuidar. Ello implicaría que los poderes públicos tienen que incentivar las concentraciones parcelarias de todas esas extensiones que, si se siguen descuidando, serían muy difíciles de recuperar y generar un mercado de tierras lo más transparente posible. Pero la Concentración Parcelaria que se realice ha de ser no sólo de las parcelas, sino de la propiedad. Es decir, el título de propiedad que se entregue ha de basarse en la parte proporcional de la participación de la superficie que aporta el propietario a la masa que se concentre, que quede claro que el propietario que no quiera participar en este método, nadie le impone su participación y recibiría su título con la superficie aportada que le corresponda, se pondría al margen del proceso. El tamaño de las masas de tierra será un aliciente para una política forestal compensatoria del despilfarro energético que vivimos. Es decir, se iría a un tipo de titularidad proindivisa semejante a las Sociedades Anónimas o Comunidades de Bienes. A este respecto y para concluir, hoy la comunidad, en el sentido de vecinos, necesita crear instituciones nuevas que sean capaces de gestionar sus competencias. El mantener la mentalidad minifundista e individualista que nos invade, sólo conduce al abandono y la marginalidad. Los poderosos se favorecen de esa degradación y los poderes públicos han de enfrentarse a ese conflicto. No valen ilusiones utópicas ni echar la culpa a enemigos perversos que nos odian y persiguen. Hay que mirar al futuro con inteligencia, capacidad de razonamiento y estudiando todas las alternativas, por muy descabelladas que parezcan, para decidir con conocimiento de causa.

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