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Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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ALGUNA explicación habrá de tener la actitud del PP, algún sentido su política de no atender con arrojo a otra cosa que no sea todo cuanto digan y hagan el ejecutivo y el judicial sobre el 11-M, para descalificarlo. Es un modo de hacer política tan especializado como para suponer que nadie piensa en el PP en otro asunto que no sea el 11-M, lo que fue y no fue, lo que pudo pasar y no pasar. Y desde entonces es como si para el PP no pasara otra cosa. Soy de la opinión de que las tácticas se explican o, por lo menos, se entienden mejor a partir de sus pretensiones, que en los términos de sus no menos supuestas razones o sinrazones. Y en ese sentido creo que cualquiera que sea la distancia de una táctica con la razón o con la sinrazón, esa distancia no tiene que ver con el mecanismo de sus coherencias. Puede que haya en el PP quien discrepe de las tesis que en cuanto al 11-M defiende el núcleo duro del partido, o las aborrezca. Si eso fuera el comienzo de una crisis del PP o en el PP (que no lo parece), tan hipotética situación tendría menos que ver con el debate y la pugna de los liderazgos que con el mantenimiento a rajatabla y como consigna de un compromiso conceptual en el que se han depositado las más grandes esperanzas. Está bien claro que algunos elementos de gran relevancia en el partido esperan retener co n lo que dicen y hacen la totalidad de los votos conseguidos en las últimas legislativas, votos considerados por esos elementos como un electorado cautivo o popular hasta los tuétanos, pues fue el que votó al PP cuando el voto centrista se pasó al PSOE, llevándose consigo la victoria electoral. Centremos ahora la especulación en el voto centrista, si es que estamos de acuerdo en que es ahí donde se dirime el todo y se otorga la nada. Es un voto que va acumulando a lo largo de esta legislatura razones para pensarse dos veces reiterar su apoyo a un Gobierno menos atento a resolver los frentes que le abren que a abrírselos él solo. Ese electorado podría llegar a las próximas elecciones generales tan descontento con estas o aquellas políticas del PSOE como para retirar su favor a ese partido y concedérselo al PP. Ningún voto se ve acompañado por una explicación de voto que queda al albur de quien mejor atribuido se sienta para establecerla, plantearla o esgrimirla, de modo que, si esos votos centristas de orientación cambiada dieran la victoria al Partido Popular, a éste le costaría muy poco plantear esa victoria como la persuasión alcanzada por las teorías acerca del 11-M argüidas por el núcleo más duro de la derecha popular. La relación de ese modo de exponer las cosas con la realidad sería entonces lo de menos, por más que el cambio en la orientación del voto centrista no tuviera nada que ver con el 11-M, con sus retóricas o con sus reproches, sino tan solo con el descontento y la incomodidad hacia un modo de hacer política o de inventársela, y con el desapego creciente con respecto al PSOE de un electorado minoritario, pero capaz de romper el equilibrio en uno u otro sentido y por razones que no siempre tienen un porqué político, y casi nunca lo tienen ideológico. En realidad, el centro suele votar a quien menos le da la lata.

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