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León

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TAL día como hoy, hace 75 años, se iniciaba en las Cortes españolas un largo debate. Se trataba del artículo 34 de la Constitución y de decidir si las mujeres españolas podrían votar o no. Venció el sí, por una escasa diferencia de 40 votos. Clara Campoamor, una de las tres mujeres que accedieron a un escaño tras la proclamación de la IIª República, fue la ferviente, firme y contumaz defensora del voto de las mujeres. «No cometáis un error histórico, que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar, al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza joven», advirtió en su encendido discurso a los diputados. No contó con el apoyo de su partido, el Radical, ni tampoco de las otras dos compañeras, Victoria Kent y Margarita Nelken, quien ni siquiera asistió al debate. Pero su logro, del que mañana se cumplen tres cuartos de siglo, debe ser hoy reconocido con orgullo y como un ejemplo de coraje y de coherencia. Clara Campoamor murió en el exilio en 1972. Si ahora divisa desde algún punto del universo lo que sucede en su país, estaría orgullosa. Su herencia ha crecido y va en aumento, a veces con la necesidad de utilizar mecanismos de acción positiva, como la futura exigencia de listas paritarias para paliar la desigualdad en los centros de poder. Las españolas copan el 54% de los puestos en la universidad, son las números uno en muchas carreras (aún hay lagunas entre las técnicas) y muchas crean su propia empresa para salir adelante. Pero las mujeres, para algunos, aún no merecen respeto. Y no sólo en casa, tampoco en la política. Zaplana insultó y ninguneó a la vicepresidenta del Gobierno por su atuendo, a Fraga no le tembló la voz para quitar valor a las encuestas aludiendo a lo «mucho que mienten las mujeres» cuando se las pregunta de sexo. Un concejal socialista de Puertollano es el último en ingresar en la nómina. Ha sido reprobado y ha pedido perdón. No era para menos. Ser mujer ya no puede ser un riesgo a aceptar con resignación. Nos deben la dignidad.