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Publicado por
FERNANDO DE ARVIZU
León

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HAN SIDO CIEN columnas exactamente, casi dos años de cita semanal sin faltar nunca a ella, ni siquiera por razones de salud. Creo que los lectores han agradecido esa constancia, pero ahora llega el momento triste de tener que dejar la campana en silencio. El motivo no tiene nada de turbio ni desdoroso y debe desvelarse: se trata de una cuestión de política editorial. Se ha decidido que quien tiene un cargo público no puede ser columnista. Tal decisión merece que se la respete por encima de todo, con independencia de lo que cada uno piense, que eso a fin de cuentas a nadie le interesa. En esta último tañer de campana doy públicamente las gracias a Fernando Aller, Director de Diario de León, por ofrecerme un sitio honorable en el periódico y por lo que supone de confianza en mis capacidades. Debo añadir, porque es algo que también debe saberse, que nunca fui censurado ni en una sola coma de las cien columnas. Y que jamás recibí de él ni de nadie de este periódico la más mínima sugerencia sobre lo que debía escribir o sobre lo que era mejor no escribir. Estas campanas tañidas han sido normalmente críticas con el poder respetando siempre todo lo que se refiere a las personas, pues tal debe hacer el periodismo en democracia, en esa misión que en un artículo escrito hace tiempo definí como cuasi-sacerdotal. Otros pueden entender lo contrario y allá ellos, porque la democracia implica tolerar las opiniones del vecino, sobre todo las que no nos gustan. Los lectores, con su juicio inapelable, son quienes marcan la diferencia y entregan su confianza a quienes estiman que la merecen. Esto de la confianza en la labor periodística es algo sutil, pero de rara y exquisita belleza. Hay que luchar mucho -empezando por vencerse a uno mismo- para lograr el honor de ser leído. Cuando los lectores estiman que el articulista es digno de confianza se la otorgan, pero ésta nunca es definitiva, sino que en cada artículo vuelve a ser puesta en cuestión: ahí, precisamente, reside su grandeza. Algunos lectores se alegrarán de que la campana deje de tañer, cosa harto comprensible cuando he criticado actitudes que sintonizan con sus ideas u opiniones políticas. Otros, por el contrario, lo lamentarán justamente por la razón contraria: a unos y a otros no puedo sino expresarles también mi gratitud por haberme leído, incluso a quienes dicen que no me han leído jamás, porque de éstos últimos hay más de los que parece. Comprendo que hay que guardar el tipo fingiendo desconocer las opiniones críticas, es más elegante que despreciarlas. Un lector anónimo con quien me crucé en la calle me dijo -no ha sido el único pero sí el más claro- que me leía porque lo mismo criticaba a unos que a otros. Tal fue su percepción, aunque añado que hay que criticar más a quien más manda, cuando manda mal. Lo que sí conviene proclamar, a este respecto, es que jamás nadie del mundo político me sugirió lo que debía de poner cada sábado en mis columnas. Lo que he escrito es cosa mía. Seguro que a más de uno le sorprenderá esto, pero es la verdad. La campana queda de momento en silencio, pero este último enigma es sabroso: está luchando por rectificar, pero tiene que saber echarse al río.

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