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Publicado por
CARLOS G. REIGOSA
León

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TENEMOS MUCHOS pueblo hermosos, pero los estamos dejando morir. Y algún día las echaremos en falta. Tan cierto como que ya no tendrá remedio. Seguiremos en nuestro mundo de ciudades cada vez más grandes, atiborrándonos de atascos y de pensamientos únicos (porque los pensamientos únicos son varios sin dejar de ser únicos). Hasta el día en que empecemos a notar que nos falta algo y nos invada el desasosiego por el bien perdido. Entonces miraremos alrededor y muy probablemente descubriremos paisajes reconocibles y viejas casas de piedra todavía en pie. Pero faltará el alma de todo eso: la sabiduría que sólo se aprende en un diálogo ininterrumpido con la naturaleza y la extraordinaria diversidad cultural de sus habitantes. Hoy pasamos a su lado sin darnos cuenta de que ya no hablamos su idioma del alma ni compartimos sus saberes. Todavía creemos que somos iguales porque nacimos en las mismas tierras, pero ellos no viven ya en esa mentira. «Este mundo se acaba», me dicen, y yo todavía sé lo que quieren decir: que las miles de cosas que ellos supieron hacer -como auténticos titanes y maestros- ya no les interesan a nadie. Toda su enorme ciencia de la vida perece en cada entierro al que asisten, y asisten con mucha frecuencia. Ellos podrían decir como Terencio que nada humano les es ajeno, pero ¿qué es ahora lo humano? Hace 33 años, el economista Ernst Friedrich Schumacher publicó Lo pequeño es hermoso . Defendía un equilibrio que no lleve las ciudades a un engorde atrofiante ni condene a lo pequeño a su extinción. Pero ni siquiera él fue capaz de describir lo que se pierde cuando enmudece un pueblecito, ¡toda esa hecatombe de lo profundo y hermoso!.

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