BURRO AMENAZADO
Sociedades paranoides
UN PSIQUIATRA es un filón de cultura, un compendio de sabiduría social aunque, en los centros sanitarios, las señoritas del mostrador, nada más preguntar por el servicio de salud mental, empiezan con risitas y cuchicheos: -Juá, juá: otro locatis, quizás violador, majara o porrero, que viene a ver a los loqueros en busca de milagros. -Este personaje, más que paciente, da grima. Seguro que hasta pega palizas a su mujer y está toda la mañana gastándose la tela en la tragaperras mientras su santa le pone los cuernos con el fontanero. Con esa mirada brillante, esnifa farlopa, seguro. --Ni están enfermos ni ná. Solo tienen cuento, suelta la que atiende pintándose las uñas y dándole jiscos al donuts... La cabra biológica que escribe disfruta horrores conversando con estos denostados profesionales de la medicina, por lo general más humanos y menos arrogantes que algunos cirujanos que parecen dioses del Olimpo y declaman que su bisturí es la espada de Alatriste, eso sí cobrando ingentes sumas que nunca viera el pobre y honrado soldado de los tercios nacido en las peñas del Curueño. En un rincón de Zaragoza comparto unas cañas con Iria Álvarez Silva, jovencísima psiquiatra que debe curar a maños de conducta ful. De sopetón, habla de las sociedades paranoides: -Tenemos -caso de la seguridad social, la universidad y bastantes administraciones- unas normas de funcionamiento que más parecen hechas para volver tarumba a la gente que en pos de eficacia en el trabajo. Paso más tiempo rellenando datos en el ordenador que en el trato al paciente que relata sus angustias. Desde luego, estas sociedades paranoides caben poco en la empresa privada. Conforme con su aserto, por los coñazos que padezco en la Universidad de León, sumido en reuniones de departamento que emulan los rifirrafes oratorios de las Cortes Españolas, recuerdo la voz de San Agustín, el pecadorazo: -Oh, funesto y caudaloso río de la costumbre, ¿quién se te podrá resistir?