Diario de León
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FEDERICO ABASCAL
León

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SI LOS JUECES Garzón y del Olmo consiguieran demostrar lo que parece a estas alturas demostrable, es decir, que la supuesta conspiración político-policial para encajar a ETA en la autoría del 11-M no sólo es falsa, sino que está basada en una manipulación fraudulenta de ciertas pruebas, el Gobierno se vería parcialmente aliviado del acoso a que le somete el PP, pero ese alivio sería una minucia a la luz de la confortación de la sociedad española al ver que en su vida pública no prospera el ejercicio de tales vilezas. Cuando un partido político se apoya en esas vilezas para hostigar al adversario -en ente caso, el Gobierno- es lógico que sufra una etapa de desconcierto si ve que todo se reduce, o puede reducirse, a una villanía doblemente infamante, para quien la elaboró desde tribunas mediáticas y para quien pretendía disfrutarla o beneficiarse de ella. Afortunadamente, el asunto parece ajustarse al ámbito de tres responsables del peritaje policial, sin que de momento se sepa o haya trascendido a favor de quien actuaron ligera y mendazmente. Tras las directas insinuaciones acusatorias de Zaplana contra el Gobierno, por intentar oscurecer la verdad del 11-M, la postura del PP no puede ser otra que la de esperar a que los jueces digan su última palabra, aunque el líder parlamentario popular diese por buenas las patrañas mediáticas, adelantándose a cualquier pronunciamiento de los magistrados. Pero el asunto se encarrila por vía judicial, y eso es bueno, porque hacer política, o antipolítica, transitando un partido por senderos de falacia es algo que a la democracia le asquea. El hecho de que las pruebas del boro que pretendían vincular en el 11-M a etarras e islamistas parezcan falsas de raíz ha dejado una mancha de falsedad en la vida política española y, aprovechando la ocasión, el presidente Zapatero ha aconsejado a la derecha democrática que no se deje arrastrar por la ultraderecha hacia el falseamiento de la realidad y de la Historia. Los conservadores de distinto calado y los ultraderechistas de varios talantes han convivido en el PP sin tensiones especiales. Al PP no se le debiera acusar de extremismo conservador porque nada de extremista hay en su programa político. Algunas actitudes de algún que otro dirigente bien podrían calificarse de desmedidas, extremosas o escasamente democráticas -ciertas actitudes de Zaplana serían un ejemplo de inteligente zafiedad argumental, impropia de una democracia intelectualmente asentada-, pero donde lo antidemocrático prospera no es dentro del PP, en el que la estrategia monocorde inquieta, sino en algunos medios de comunicación que se reparten el papel de desestabilizar la política, por no decir la sociedad y el Estado. Uno de esos medios ha alcanzado gran habilidad en el funesto arte de convertir la fabulación en verdades, y otro sirve de altavoz, con cierto apasionamiento de orate, a las falsas verdades prefabricadas. Lo bueno es que en el PP hay descontento por el seguimiento que hace frecuentemente el partido de la estrategia que marcan esos medios falaces, envueltos en púrpuras o heroísmo de investigación. Ahí está lo que no es democracia sino todo lo contrario, falacia y desestabilización.

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