Diario de León
León

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HE RECORRIDO con mucho interés la exposición Del mono al hombre , presentada por La Caixa.  Para mí, la pregunta no es tanto de dónde venimos, que poco importa un eslabón más o menos, sino el para qué. Resulta impensable que la Humanidad se haya tomado tantas molestias en evolucionar desde tales antepasados,  si no es porque nuestra existencia obedece a un plan. Lo contrario sería tan absurdo como pasarse la vida buscando un estanco en un mundo en el que no se conociera el tabaco. Si uno analiza las minuciosas recreaciones de las figuras de aquellos seres y luego echa un vistazo a los periódicos siente el escalofrío de la Historia. Ya hemos escrito en anteriores ocasiones que el Real Madrid o las piernas de la Crawford son razones de peso para que un planeta se ponga en marcha, pero no todo el universo. Existe un plan,  piezas del puzzle encajando lentamente unas en  otras  para dejarnos entrever la imagen dispersa. Somos seres para el bien, aunque en esta función nuestro genoma tenga alguna que otra gotera. Estamos hechos para la certeza, pero también para la duda y la discrepancia. El humor, el anhelo de belleza y verdad,  la duda y la plegaria, el silencio figuran entre las pequeñas pero indispensables tuercas que ponen en marcha la gran maquinaria humana. Pero, ¿para qué? La otra  tarde, contemplando a Fred Astaire cortejar a Ginge Rogers, en Sombrero de copa , me dije que quizá el secreto de  la  felicidad radique ahí,   en una constante celebración de la inocencia,  incluso cuando se ha perdido. La película es de 1935. En España,  las sombras  de la involución reptaban, con siniestra nostalgia del homo nearderthalensis. Aunque eso ya es otra  historia.

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