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FERNANDO ONEGA
León

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HAY DÍAS QUE este país da miedo. El país político, quiero decir. En poco más de un día hemos visto: las víctimas del terrorismo, encabezadas por muy destacados líderes del Partido Popular, acusan al gobierno de rendirse ante los terroristas de ETA; Rodríguez Zapatero vuelve a calificar al PP como la «derecha extrema»; Baltasar Garzón es acusado de prevaricación porque ha descubierto el presunto montaje de la manipulación de informes del ácido bórico; y, para completar el extraño panorama, miren cómo Artur Mas se prepara catalán para recibir una sentencia negativa del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña: «Si el Estatut sale tocado, habría que cambiar la Constitución». La tendencia del discurso político -muchas veces precedido, cuando no inspirado-por el discurso informativo- es la progresiva radicalización. Todo está en cuestión: las instituciones y la obediencia a un Tribunal hasta ahora indiscutible como el Constitucional. La discusión entre partidos se basa en acusaciones de mentiras recíprocas, como si la cuestión fuese dilucidar quién miente más. Las decisiones de los jueces se aceptan o censuran según la conveniencia política y la simpatía ideológica. Y, encima, se suceden las acusaciones de radicalismo, como si se volviera a plantear una confrontación entre la España de extrema derecha (PP) y la España que ha gobernado (PSOE) con la izquierda radical. La explicación a este discurso enloquecido sólo puede ser ésta: hemos entrado en precampaña electoral. Falta menos de un mes para las urnas de Cataluña, poco más de medio año para las locales, y los partidos preparan su estrategia para las generales de 2.008. Cuando alguien sitúa al adversario en el extremo del mapa político, está marcando un territorio y utilizando una técnica que recuerda al famoso vídeo del dóberman. Pero ésta es una explicación, no una justificación. Si la relación política se emponzoña, no hay posibilidad alguna de acuerdo, ni siquiera para una cuestión tan sensible como la reforma constitucional que afecta a la sucesión en la Corona. Y algo peor: se está haciendo un discurso político sobre el argumento único del terrorismo. Unos, para acusar al gobierno de debilidad. Otros, para recordar a la oposición que no han sabido asumir la derrota electoral del 14 de marzo. Sólo se habla algo más de la inmigración, pero no para encontrar soluciones, sino para echarse los cayucos a la cabeza. Y yo digo, modestamente: si la clase política no sabe ver más allá de eso, si se distancia de los problemas reales de la gente, si no tiene más mensaje que el mandoble al adversario, algo grave está pasando. ¿Mi impresión? Que no saben hablar de otra cosa. Ésa es la pobreza intelectual y política de este tiempo.

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