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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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LOS CONGRESOS sobre cualquier cosa -que los hay a patadas- consisten en que muchas personas con contrastados conocimientos se sientan y piensan. Sobre todo, como decía aquel, se sientan. Pero cuando el asunto a tratar pasa de lo tangible a lo intangible el asunto torna poco menos que subrrealista. Ya sé que meterse con la Iglesia en estos tiempos es fácil, no es esta la intención del comentario. Pero, francamente, iniciar hoy un congreso para debatir ¡hasta el 2008! sobre el limbo (aquel lugar al que van las almas de los niños sin bautizar) parece cuestión baladí. Ni son pocos los problemas que afectan a los cristianos como ciudadanos del mundo que son, ni escasos tampoco los que debe afrontar la Iglesia católica. Adaptar la doctrina a los retos de los hombres y mujeres de hoy y dar respuestas aceptables ahora debería ser su principal preocupación filosófica, sin descuidar tampoco los abrigos del cuerpo y los estómagos, las necesidades físicas a cuyo socorro la institución se ha dedicado históricamente. Lo cierto es que las personas no necesitan hoy representaciones y argumentos que seguramente tuvieron su razón de ser en las épocas medievales, pero que en la actualidad pueden llegar a provocar sonrojo. Ni entro ni salgo en las cuestiones de fe y los pecados originales que deben llevar a cuestas durante toda la eternidad las almas de los bebés ni pecadores ni perdonados. El propio Ratzinger apoyó antes de ser Benedicto abandonar esta teoría, aunque en cuestiones doctrinales toda sugerencia es meterse en camisas de once varas. Lo cierto es que los problemas de los fieles tienen los pies bien asentados en la tierra. Si las autoridades eclesiásticas se aferran a estar en el limbo, flaco favor hacen a la causa católica.

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