LA OTRA ORILLA
La despedida de Tony Blair
DESPUÉS de ganar las elecciones tres veces consecutivas, Tony Blair se ha despedido del Partido Laborista con una intervención estelar en el congreso anual de su formación política. El primer ministro ha procurado no dividir aún más al partido, entre partidarios y opositores a Gordon Brown, su impaciente sucesor. Los partidarios del ministro de Economía habían lanzado hace unas semanas una ofensiva para forzar la marcha de Blair cuanto antes. Pero hasta ahora el primer ministro se ha limitado a anunciar con mucha dignidad que dejará el cargo en los próximos doce meses. Tony Blair, a quien algunos califican como un demócrata-cristiano disfrazado, quiere asegurarse que el laborismo asume plenamente su legado centrista. Además de igualar el récord electoral de Margaret Thatcher, ha sabido ser su heredero ideológico y ha conseguido mover un anticuado laborismo hacia la derecha, redefiniendo el New Labour como el partido de la creación de riqueza, la estabilidad, la prosperidad y las empresas. La decisión menos popular de sus tres mandatos ha sido el apoyo firme a EE. UU. en la guerra de Irak. Para Tony Blair, la integración política europea es del todo compatible con un fuerte vínculo con Estados Unidos. Su notabilísima capacidad de persuasión ha fracasado, sin embargo, a la hora de limitar los excesos del ala dura de Washington. El congreso laborista ha demostrado que la distancia ideológica entre Tony Blair y Gordon Brown es menor de lo que se dice. Sólo en la espinosa cuestión del posible ingreso del Reino Unido en el euro ha habido divergencias fuertes de contenido. Las demás tensiones entre ellos han provenido de la negativa de Tony Blair a irse antes para facilitar la elección de su poco carismático compañero de fatigas en el mejor momento. Ahora, Gordon Brown, un escocés profundo, religioso e introvertido, se prepara para medirse en las próximas elecciones con el conservador David Cameron, un candidato ambicioso y telegénico, con unos índices de popularidad apabullantes, que ha unido e ilusionado a su partido con un lenguaje moderado y atractivo. La marcha de Tony Blair no sólo dejará un vacío considerable en la política británica. En el plano europeo, su ausencia se notará de modo especial por la preocupante carencia de líderes con peso propio. Sólo Angela Merkel es comparable a Tony Blair en cuanto a claridad de ideas y capacidad de pensar a largo plazo. En la última década, Blair ha conseguido aumentar y aprovechar al máximo la influencia británica en Bruselas, a pesar de la ausencia de su país en la moneda única. De hecho, ha liderado la ampliación al Este e incluso ha llevado la voz cantante en el tramo final de las negociaciones de la fallida Constitución europea. También ha inventado las muy necesarias reformas económicas de la agenda de Lisboa y ha relanzado junto a Francia la defensa europea, pero estos dos proyectos han acabado por languidecer ante la falta de liderazgo mencionada. Su despedida se produce cuando apenas tiene 54 años y un formidable capital político acumulado. Si Tony Blair quisiera, le quedarían muchos años de servicio público. No estaría mal que aterrizara en Bruselas cuando la UE saliese de su actual período legislativo de hibernación, un despertar previsto para el 2009.