LA GOLETA
El profesor Ratzinger y Benedicto XVI
RÍOS, y no sólo de tinta, habían corrido desde la lección pronunciada por el profesor Ratzinger en su Universidad de Ratisbona. Se aludía a las «declaraciones del Papa» calificándolas de acertadas o erradas, oportunas o inoportunas. Ciertamente, la contextualización necesaria, a los efectos de comprender la cita polémica, debería buscarse en el texto íntegro de la lección y en el marco intelectual en que se dictó. Era una intervención académica en la que un viejo y prestigioso Profesor se dirige a un auditorio que se place en escuchar la última lección de quien compartió, como insigne teólogo, claustro universitario. Expresa la armonización de fe y razón en la tarea intelectual de búsqueda de la verdad. Lo hace desde la libérrima licencia que le proporciona la libertad de cátedra. Llama la atención no al Islam, sino a un Occidente descreído y afirma que las creencias religiosas tienen espacio en el proceso de explicación científica de las realidades temporales. Afectado por la reacción a sus palabras, Benedicto XVI quiso reunirse con Embajadores de 22 países musulmanes que mantienen relaciones con el Vaticano. Inició su discurso reiterando «su estima por los creyentes musulmanes» y expresando el deseo de «consolidar los vínculos de amistad entre la Santa Sede y todas sus comunidades». Ésta sí fue una declaración del Papa. En ella confirma el sello distintivo de su Pontificado: la radical apuesta por el ecumenismo, expresado en su convencimiento de que el diálogo interreligioso es camino eficaz para contribuir a la paz en nuestro convulso siglo XXI. Han pasado dos semanas y el incidente parece haberse cerrado. La vida, también la vida pública, está hecha de gestos. Entre éstos tiene un valor especial el deseo de concordia, expresado en la voluntad de reunirse para resolver las diferencias. La buena voluntad del convocante y la buena disposición de los convocados han posibilitado que todo se haya quedado en una pesadilla, de la cual hemos despertado.