CON VIENTO FRESCO
Un problema de raíces
DURANTE años, ante el aumento incesante en el número de accidentes en carretera, la Dirección General de Tráfico realizó numerosas campañas televisivas de concienciación de los conductores. Automóviles con los hierros retorcidos, cuerpos destrozados, sangre en el asfalto, cadáveres ocultos bajo una manta, chicos y chicas en sillas de ruedas. El efecto de todas estas campañas fue nulo, nadie bajaba la velocidad por esos consejos paternales; pocos dejaban de cometer infracciones por el peligro que entrañan para el que las comete y para el inocente, que muchas veces las sufre. Bastó una política represiva, con el conocido carnet por puntos, para que en los últimos meses el número de accidentes se haya reducido drásticamente. Probablemente esta política represiva no es la mejor solución, pero a estas alturas es seguramente la única que muchos conductores entienden. Las campañas publicitarias del Ministerio de Sanidad en contra del consumo de tabaco han sido, si cabe, aún más numerosas que las de tráfico. Amenazar con graves enfermedades pulmonares, ver los terribles efectos del cáncer no asustan a los fumadores empedernidos; tampoco el que las cajetillas anuncien por activa y por pasiva que el tabaco mata. Ha sido igualmente la política represiva puesta en marcha por el ministerio de Elena Salgado la que, por fin, está reduciendo el número de los fumadores. La prohibición de fumar en determinados espacios públicos, incluidos los lugares de trabajo, la obligación de los restaurantes de adecuar sus locales con zonas de fumadores y no fumadores, ha surtido efecto pese a las protestas. Probablemente tampoco en este caso, esta política represiva es la mejor solución; pero seguramente es la única que entienden muchos fumadores. El Ministerio de Sanidad lanza estos días una campaña de concienciación de los jóvenes ante el creciente aumento en el consumo de drogas, que ha convertido a España en un paraíso de las mafias y el consumo. La permisividad de algunos gobiernos, una filosofía equivocada y trasnochada respecto a la juventud, la emigración ilegal y otros factores han llevado a un consumo que amenaza la salud de muchos jóvenes. El ministerio pretende reducirlo con buenas palabras, informando a los jóvenes del daño que se hacen asi mismos y de los problemas sociales que generan. Como en los anteriores casos esas campañas no servirán absolutamente para nada. Tampoco creo que sirva mucho la política represiva. En esto, como en la cuestión de la violencia escolar que tan de moda está estos días en los medios de comunicación, la política coercitiva es poco efectiva. No se trata sólo de combatir los efectos sino de eliminar las causas que provocan dicho consumo de drogas o de la agresividad de los alumnos en las aulas; y eso es lo que frecuentemente olvidan los poderes públicos. Las causas son muchas pero no todas tienen la misma importancia; por ello, hay que jerarquizarlas y tratar cada una en su propio contexto. En esa jerarquización me parece que la violencia y el consumo de drogas tienen que ver con la educación, con la ausencia de una educación en valores. Los chicos y chicas están desenraizados de una educación que solo es posible lograr en la familia y en la escuela; pero éstas no cumplen hoy esa imprescindible función de socialización. Las familias porque en muchos casos están ellas mismas destrozadas o porque los padres no tienen ni la formación ni el tiempo ni las ganas de educar a sus hijos en una cultura del esfuerzo, la disciplina, el buen comportamiento. La escuela porque tiene demasiadas funciones y los profesores pocos recursos para imponer esa disciplina necesaria para educar en valores. La reducción paulatina de alumnos que acuden a clases de religión en los centros de enseñanza media, y que algunos aplauden, es una de las causas de los mencionados males; pero la sociedad y algunos padres no quiere enterarse, luego vendrán las políticas represivas.