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FERNANDO ONEGA
León

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COSSÍO, en su monumental obra «Los toros», retrata cómo es el público de ese espectáculo: le otorga dos orejas a un torero al acabar una faena, y en el toro siguiente lo abuchea hasta el sonrojo. Y eso, anota Cossío, no sucede a los veinte días, ni a las veinte horas: sucede a los veinte minutos. Alfonso Guerra recuerda en sus memorias cómo le aplaudieron al llegar a la plaza de Albacete. Pero, como al primer diestro se le ocurrió brindarle el toro, el mismo público le dedicó una sonora pitada. Entre el aplauso y el abucheo habían pasado cinco minutos de reloj. Algo parecido le ocurre al juez Baltasar Garzón. Hace poco tiempo, cuando ponía su famosa equis sobre el organigrama del GAL, era un mito: el juez algo vengativo, pero valiente, que se atrevía con el poder. A nadie se le ocurría dudar de su independencia, porque atacaba a la cabeza del gobierno. Su aureola mítica se agrandó después, cuando metió su bisturí en el entramado de la ETA, desmontó su tinglado financiero, ordenó el cierre del «Egin» y suspendió toda actividad de Batasuna. En ese momento representaba el arrojo, la valentía y, naturalmente, la independencia. Pocos años después, los mismos que lo coreaban, le daban las dos orejas en el ruedo nacional y lo elevaban a los altares, le han retirado su crédito. Escriben artículos que lo destrozan profesional y humanamente. Es que Garzón ha cometido un horrendo delito: se ha permitido discrepar de la teoría de la conspiración, y quienes se apartan de esa teoría en territorios de dominio conservador -político, mediático, o judicial-son condenados al silencio y la humillación. Y en algún caso, al paro. A Baltasar Garzón lo han dejado sin amparo sus propios compañeros de oficio. La Comisión Permanente del Consejo General del Poder Judicial, institución de sonoro nombre, pero compuesta por seres humanos, se lo ha negado. Lo malo no es el hecho de esa denegación. Lo malo es, como siempre, cómo se adoptó: con la habitual división entre conservadores y progresistas, lo cual significa que los miembros de esa Permanente votaron como políticos. Y lo peor es que se trataba de una decisión anunciada. Antes de leer la solicitud del juez ofendido, antes de conocer sus criterios, el presidente del Consejo, señor Hernando, ya había dicho aquello de que Garzón era un hombre curtido. ¡Que se defienda solo!, se podría traducir. Hay jueces débiles y jueces experimentados. A estos últimos se les puede llamar prevaricadores, que tienen piel de elefante. Se les puede echar: llame usted a otra puerta, que ha dejado de ser de los nuestros. En un escenario de tantas confrontaciones entre izquierda y derecha, en el ámbito judicial ganó la derecha. Conste para la historia.

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