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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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EL EMPEÑO de algunos bodegueros innovadores del Bierzo, y sobre todo la llegada de los gurús del negocio vinícola a la comarca, está llevando los antaño humildes caldos de la zona a lo más alto de los escaparates internacionales. El vino está de moda, allá donde se produzca, pero el toque mágico de una mano experta y de prestigio es casi condición indispensable para que las marcas den el salto y las comarcas productoras se hagan un hueco en el universo de los aficionados. Porque un universo es, cada vez con más adeptos, todo aquello que se relaciona con el mundo del vino. Un mercado en el que el nombre se paga, el diseño se paga, y los caldos se suben al carro de unas cuantas marcas de prestigio, unos con más mérito que otros, la verdad. El vino es más que nunca un producto rodeado de glamour, de deseos de saber y de que sepan que sabemos, de caldos conocidos por el nombre de su enólogo de cabecera, de experimentos de autor, de bodegas con ediciones limitadas,... También de tontería. Como en tantos asuntos del consumo, se paga lo que merece la pena, y a menudo también lo que no. Pero lo cierto es que el negocio está ahí. Y va mucho más allá de la copa y las barricas. En algunas comarcas productoras hace años que se explota ya el filón turístico de las rutas del vino. La inauguración de la bodega del Marqués de Riscal, con la espectacular construcción de Gehry, es sólo el primer paso de la explotación a gran escala de los muchos potenciales que ofrece el seguidor del vino. Un turismo selecto y exigente con la calidad, pero generoso en el gasto, que debería ser el objetivo de todos aquellos que pudieran ofrecerles lo que buscan. En El Bierzo los potenciales, vinícolas y los demás, sobran. Pero subirse a este carro requiere recorrer un largo camino, que además no admite chapuzas. La pelota está en su tejado.