LA VELETA
La sorpresa
ANTE los procesos de absorción, fusión, compra, venta o deslocalización de empresas que marcan la actualidad, confieso que me sorprende la sorpresa. ¿Acaso no sabemos en que mundo vivimos? ¿Por qué exigir al capital que tenga ahora patria y sentimientos? La realidad y los manuales de economía dicen lo contrario: la inversión y el ahorro buscan siempre o casi siempre maximizar los rendimientos después de impuestos y se localizan allí donde eso es posible. En este sentido, el capital no engaña. Su lógica es implacable. Los propietarios asumen riesgos y por ello obtienen beneficios. Son las reglas del juego. Por eso me cuesta entender a personas inteligentes afirmando que el capital foráneo compra o roba «nuestras empresas»; que estamos deprimidos; que podemos ser incluso una colonia o que los empresarios deberían ser leales a su tierra. Entiendo mejor la coherencia de la COE: «es el mercado, ¡bendito mercado!» o las críticas que emanan de partidos, grupos o personas neoliberales cuando estiman que la intervención pública daña la libertad...de mercado, claro. Porque ellos si protagonizan y defienden la situación. En todo caso, vivimos acontecimientos que son sólo la punta del iceberg del mundo que se avecina, si alguien no lo remedia. El neoliberalismo, la globalización, la acumulación rápida, la desigualdad y la concentración del poder económico, generan estas y otras consecuencias. La doctrina neoliberal defiende que la eficiencia, la equidad e incluso el interés general, se residencian mejor en el mercado que en la política. La globalización es intensa y posible en los mercados de productos y capitales, pero escasa en los mercados de trabajo, que permanecen segmentados. Esto genera deslocalización empresarial, conflictos sociales y ajustes permanentes. Son los costes de la vida dicen- que para corregirlos hay que flexibilizar el mercado laboral, incentivar el ahorro, reducir la fiscalidad sobre rentas y ganancias del capital, privatizar el patrimonio y la gestión pública, destrozar la justicia tributaria. Es decir, hay que crear las condiciones para que la inversión florezca y acumule, aunque sea a costa de la inequidad y de debilitar al Estado del Bienestar. Además, se utiliza la inmigración en un doble sentido: una es mantener espacios y formas de ilegalidad para reducir salarios y presionar a favor de la precariedad; otra es generar discursos xenófobos e intimidatorios para obtener réditos electorales. Vivimos en escenarios complejos, cambiantes, frágiles, donde la economía se emancipa de la política y explica la reproducción y la dinámica social. Por eso estamos obligados a ser conscientes, actuar en consecuencia y evitar la sorpresa excesiva. Al menos, es una forma inteligente de sobrevivir.