De la política al ridículo político

DIFÍCILMENTE se hubiera podido gestionar peor el esperpento protagonizado por José Bono en relación a la alcaldía de Madrid. El lunes, preguntado sobre tal candidatura, Bono afirmó: «Debo decirle que es algo que, personalmente, me agrada. No me amargan los dulces. Me alegra que en mi partido se acuerden de mí para un puesto de esa importancia». Tras estas palabras contemporizadoras, se dio por supuesto que Bono no podría negarse. Pero finalmente ha sido que no. Y ello tiene varios efectos obvios: deja en ridículo al PSOE y coloca en situación muy difícil a quien finalmente acepte el encargo. Parece que a Rodríguez Zapatero se le agota la finura de cálculo que, aliada con su buena suerte, ha obrado milagros desde su irrupción en el primer plano de la política.