Diario de León

BURRO AMENAZADO

La venganza de los hongos

Publicado por
PANCHO PURROY
León

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KILOS DE SETAS de cardo caen sacrificadas en los eriales de cardo corredor recorridos por la horda de seteros que, bolsa de plástico en mano, patea el campo leonés, horizonte verde de un pasto que ha estallado tras las lluvias septembrinas y un calorín que, en octubre, llena las terrazas del Húmedo de bebedores en mangas de camisa. La matanza micológica es horrible, desde Puebla de Lillo a Sahagún de Campos, desde el puerto de Pajares a Valderas, desde las pallozas de Balboa a los castaños bercianos y los pinares de la Valdería. Yemas de huevo, parasoles, plateras, níscalos, oronjas de pie grueso, negrillas, rúsulas de láminas doradas, carboneras, setas de chopo, senderinas, coprinos barbudos y el gremio de los boletos -calabaza, pie rojo, boleto negro, boleto reticulado- reciben una bestial castración, unas veces limpia, con navaja, y otras, las más, desgarradora, cuando la mano zafia, a veces con rastrillo, los arranca a pelo Consulten a Arsenio Terrón y Basilio Llamas, máximas autoridades en hongos que trabajan en Botánica de la Universidad de León que, estos días, con cara afligida, afirman: -Esos recolectores bestiajos no se dan cuenta del daño que hacen. Llevarse el sombrerillo -el carpóforo- arrancándolo a lo bruto, es destrozar el micelio que, todo el año, vive aliado a las raíces de árboles y plantas verdes, esas hifas, pelillos blancos, que micorrizan las raicillas para nutrirse a expensas de la planta que tiene clorofila. -No sólo se llevan el aparato reproductor del hongo, cuyas esporas harán crecer nuevos micelios, sino que se cargan la vida del suelo. Cuando se enterarán esas acémilas de dos patas de la obligación de cosechar cortando el pie y llevando cesta o red que deje caer las esporas. Afortunadamente, algunos torpes hongueros de los que andan por el campo perecen o sufren pavorosas cagaleras, alucinaciones y sudores fríos. La pérfida, la oronja verde, la lepiota castaña, el cortinario rojo y el champiñón amarilleante se vengan muchas veces de la plebe trincona.

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