Diario de León
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León

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En cualquier suceso humano, sobre todo político y social, un mínimo de personas decide por sí y un máximo rutinariamente dentro el sistema. El sistema desde hace siglos exige armarse; y el sistema exige igualmente utilizar las armas. Todas las que engendraron el conflicto e intentaron resolverse en el campo de batalla. Charlot es el símbolo máximo, casi con trascendencia quijotesca y picassiana, del hombre apresado por el sistema mecánico y técnico. Con su bastón y su sombrero, lleno de bondad y dignidad, trata de oponerse a unos patronos o rivales amorosos siempre musculosos y grandes; a la máquina, a los millonarios, a los políticos. Todo el mundo ha conocido en sus líneas generales el gran duelo del «sistema» contra Chaplin: acusado de comunista cuando era realmente un puro liberal inconformista. Un diputado de Mississippi proclamaba que la expulsión de Chaplin evitaría que la «juventud fuera influida por sus degradantes películas». Antes que se levantara contra él la excomunión de su «comunismo» se había levantado la de su divorcio. Nadie sabe la cantidad de Puebla de las Mujeres que puede haber en una ciudad americana cuando se decide a hacer moral. Se movilizaron contra él las «ligas de mujeres norteamericanas», una de las piezas más formidables del «sistema». Y allí al lado del escándalo hecho sistema, Charlot resultó inmoral porque se atrevía al escándalo por no ser sistemático. Para Charlot, el «sistema» es algo todavía más mecánico y fatalista que una construcción lógica mental. El lo llama el «ritmo». El mundo va arrastrado por una cadena de presupuestos y consecuencias que son así porque así fueron. Charlot escribió un cuento titulado Ritmo que podría ser la parábola de nuestra época. Lo coloca en la última guerra civil de España. Un prisionero va a ser fusilado. El pelotón es mandado por un capitán timorato y desconocedor de las concertadas inexorabilidades del «ritmo». Cuando la víctima está colocada ante el paredón, descubre que es un amigo suyo. Como la víctima no lo ve porque está vendada, el pronuncia con una voz desfigurada: ¡firmes! Él sabe que hay un ritmo, un encadenamiento de palabras previstas, pero se le borran de su memoria. Pronuncia un rumor ininteligible. Pero su ritmo arrastra al pelotón. Entienden que se ha dicho «carguen», y seis cerrojos de fusiles se montan con un sonido metálico. Un segundo balbuceo y todos entienden: «apunten». Seis fusiles se apoyan en seis hombros. Pero en aquel momento, unos pasos apresurados se escucharon en la galería contigua. No cabe duda. Era el indulto: el indulto para su amigo: el indeciso capitán reúne todas sus fuerzas pulmonares y grita gozosamente: ¡¡Alto!! Inmediata y sincrónicamente seis fusiles disparan sobre su amigo... Había funcionado el ritmo. La inercia acústica les había hecho oír «fuego» después del «apunten». Es inútil dar órdenes enfrentándose con el ritmo establecido. Chaplin, tantas veces apaleado por el mundo convencional, lo sabía... Y es que, como me dijo el poeta: «A mí me está pareciendo/ que tú no quieres decirme/ eso que me estás diciendo». Francisco Arias Solís. ¡Qué triste ver cómo las autoridades, Ministerio de Fomento, Ayuntamiento de Ponferrada o quien sea que le competa, tienen la carretera de acceso al Valle del Silencio! Lugar maravilloso muy concurrido por el turismo, el pueblo de Peñalba con su iglesia mozárabe sin igual lo merece. Pueblo de Montes, un tanto abandonado, con su monasterio, en vías de reconstrucción (¡qué pensaría San Genadio si viera ahora su mal estado!). Personas extraordinarias y hospitalarias habitan estos dos pueblos. Es incomprensible el mal estado de la carretera, estrecha, sin arcén -apenas caben dos turismos pequeños- y ¡es una carretera de montaña! La verdad, una verdadera odisea y un gran peligro circular por ella. Señores políticos: ¡que todos pagamos impuestos! María (Ponferrada, edición digital). Martín M. Fuertes (León).

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