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Publicado por
ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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HE PASADO muchas fronteras en América Latina y en bastantes ocasiones he fantaseado con la posibilidad de que me sucediera lo que acaba de pasarle a Ana Mario Ríos en Cancún. ¿Qué sería de mí -me he preguntado- si apareciera ahora en mi equipaje una sustancia o un objeto fuera de la ley? ¿Cómo podría yo demostrar que alguien lo ha puesto en mis maletas? ¿A quién tendría que llamar? ¿A quién recurrir para que me socorriese tan lejos de mi casa y de mi país y en una situación que puede meterte de golpe y porrazo en una increíble pesadilla? No he tenido nunca, sin embargo, esos negros pensamientos en Italia, en Francia, en Portugal o en Inglaterra, porque -con razón o sin razón- he pensado siempre que en cualquiera de esos países europeos la profesionalidad de los servidores públicos y las garantías de un Estado de derecho muy evolucionado se pondrían inmediatamente a favor y no en contra de quien tiene, de hecho, que probar que es inocente en una situación verdaderamente límite. Para los que piensen todavía que esa forma de razonar es fruto de prejuicios infundados y de un malentendido etnocentrismo, la pesadilla que ha sufrido durante días Ana María Ríos ha debido constituir un indudable aldabonazo. Pues la forma burda en que se ha desarrollado desde el principio ese tristísimo episodio pone de relieve que ni siquiera en Estados como México, cuya modernización está muy por encima de la media de la zona, los ciudadanos tienen en el Estado a un aliado y no a un adversario del que deben defenderse. ¿Se imaginan ustedes cuál sería ahora la situación de la joven arcadesa si en lugar de un detonador y unos cartuchos sus agresores le hubieran metido en la maleta cocaína? Da pavor sólo pensarlo. Eso, claro está, en el supuesto de que alguien le haya metido algo efectivamente en su maleta y no se trate sólo de un montaje de los policías de aduaneros del aeropuerto de Cancún. Casi trescientos mil españoles visitaron en 2005 la maravillosa región del Yucatán. Muchos estarán ahora diciéndose: ¿y si hubiera sido yo? Muchos otros de los que tenían la previsión o la ilusión de conocer algún día ese verdadero paraíso lo estarán consultando con la almohada, que es siempre una consejera pesimista. Y todo porque las autoridades mexicanas no han sabido o no han querido, respetando la independencia judicial, actuar con la contundencia necesaria para desmontar una historia sencillamente delirante. Sólo hay que esperar que sus protagonistas puedan volver a casa de una vez. Y puedan recordar, en el futuro, los días felices de su boda. Para eso tendrán un aliado bien seguro: su memoria.