Diario de León

TRIBUNA

Entre flores de lis y crisantemos Castilla y León a la cabeza

Publicado por
PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO MANUEL ÁNGEL MORALES ESCUDERO
León

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LA FLOR de lis representa a la dinastía de nuestros Borbones, mientras el crisantemo lo es de la monarquía japonesa. Dos formas de gobierno de larga tradición, aunque de diferente historia y naturaleza, salvo en el afecto y respeto de sus pueblos. Pues bien, hace unos días la princesa Kiko, esposa del príncipe Akishino, segundo hijo del Emperador, daba a luz un varón que pasaba a convertirse en el tercero en la línea de sucesión al trono, detrás de su tío y príncipe heredero Naruhito, y de su padre Akishino. Un nacimiento que ha reabierto, no obstante, la polémica sobre la adaptación de la monarquía japonesa a los actuales tiempos, poniendo término a la absoluta proscripción de la mujer. En su dilatada existencia -hablamos de 2.500 años- las mujeres han sido emperatrices regentes en ocasiones, pero no reinas. Japón acoge pues la ley sálica absoluta -del pueblo de los salíos, que impedía a la mujer heredar la tierra y transmitir sus derechos dinásticos-, aplicada a España en tiempos del Auto acordado de Felipe V de 1713, la Constitución de Bayona de 1808 y parte de los reinados de Carlos IV y Fernando VII. Aunque hoy, la Constitución de 1978 no recoge la ley sálica, como erróneamente argumentan ciertos medios de comunicación. En efecto, desde Las Partidas de Alfonso X el sabio, el Ordenamiento de Alcalá y la práctica totalidad de Constituciones desde Cádiz hasta la presente (1812, 1834, 1837, 1845, 1869, 1876 y 1978) el derecho español no ha prohibido a las mujeres la transmisión de sus derechos, ni reinar -sí acontecía, en cambio, en la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de 1947 durante el franquismo, que obstaculizaba el acceso al trono a la mujer, aunque sí la habilitaba para la transmisión de derechos dinásticos-. Y si no, recuerden a Juana de Castilla, Isabel la católica e Isabel II. En España la mujer puede por tanto reinar, pero sus derechos quedan pospuestos, quebrantándose el principio de primogenitura en igualdad de grado -por entendernos, entre hermanos-, en presencia de un varón (artículo 57. 1 de la Constitución)-. Una discriminación -se ha adelantado-, que se modificará en su momento, después de la oportuna reforma constitucional. Su consecuencia será el acceso de Doña Leonor al trono, como segunda heredera a la Corona, tras su padre Don Felipe, al margen del posible nacimiento de un posterior hermano varón. En Japón pervive, sin embargo, la más rancia tradición: sólo heredan el Trono del Crisantemo los varones descendientes por línea directa del Emperador (kôdan shison) , al tiempo que se mima al máximo el ritual: el Emperador Akihito ha enviado una espada, su nombre, Hisahito, fue escrito con pincel y tinta por su padre, mientras su símbolo imperial lo era por su madre. Aún así, el Primer ministro Koizumi ha planteado, no sin contestación, la reforma de Ley de Sucesión de 1947 heredera de la Constitución de 1889. Entretanto, sus ciudadanos exclaman con júbilo la ancestral banzai, banzai, victoria, victoria , por más que tal discriminación es incompatible con un constitucionalismo democrático como el instaurado, después de la II Guerra Mundial, por la vigente Constitución de 1946. SEGÚN EL último Informe PISA -aquél que mide los resultados académicos de nuestros niños y niñas- Castilla y León no sólo supera en rendimiento escolar la media nacional sino que también supera la media europea. Nuestros alumnos tienen mejor rendimiento y menor conflictividad, son menos violentos, más educados, en definitiva -por qué no decirlo- son mejores. Este dato tomado por sí sólo podría no decir nada, o bien ser simplemente considerado como un producto de un sistema educativo superior. Pero la cosa no es tan simple, es posible, es necesario profundizar más y encontrar cuáles son las razones que explican estos resultados tan satisfactorios. La primera razón es obvia. El sistema educativo de Castilla y León pierde escaso tiempo en idiomas foráneos, y dedica especial atención a las dos materias fundamentales: lengua española-el español es mucho más que la lengua de Castilla- y matemáticas. El esfuerzo que en otras Comunidades se dedica al estudio de sus particularismos aquí se aprovecha para algo más útil. La segunda es menos evidente pero más importante: los valores de la propia Comunidad Autónoma, su estructura social. Castilla y León es la Comunidad de España que tiene menos separaciones y divorcios y en la que los matrimonios duran más tiempo, también es aquélla en la que la familia se presenta como la institución más valorada. Los hechos que estas realidades conlleva hablan por sí solos. Los niños que viven en familias no rotas, en aquéllas en las que el sistema legal y judicial aún no ha echado al padre de casa, no desestructuradas, tienen mejores resultados académicos, se encuentran más tranquilos, rinden más, son menos conflictivos. Por el contrario, aquéllos que viven en Comunidades donde el horror del divorcio y la separación han hecho estragos, son niños, en general, con menor índice de rendimiento, tienen más problemas, están más expuestos a vivir la violencia. Se puede negar esta realidad si se quiere- al fin y al cabo la negación de la realidad es algo hoy en día muy común-, se puede ser ciego, pero la verdad está ahí, para el que quiera verla. Los valores de Castilla y León, los de sus gentes, sus instituciones centenarias que se remontan mucho más allá de la propia constitución de la Comunidad, que hunden sus raíces en la propia esencia de lo español y de lo humano, siguen ofreciendo mejores resultados que los experimentos de la progresía sectaria y su anhelo de conseguir el ciudadano esclavo. La política de género, la discriminación positiva, los ascensos con carné en la boca, el cuarto turno, el igualitarismo discriminatorio... todas esas recetas de la secta no funcionan con los niños, con los jóvenes. Éstos quieren amor y seguridad, tranquilidad y sosiego, lealtad y exigencia, para poder simplemente vivir, estudiar y crecer. Y eso sólo se lo puede proporcionar una familia, la Familia, aquélla compuesta de padre, madre e hijos. Los y las que les han robado la oportunidad de vivir como niños, con padre y con madre, deberían cerrar sus bocas arrugadas alisadas a fuerza de botox, siquiera por decoro. Si España sigue con la política suicida que está haciendo en relación con la familia y con la educación no debería quejarse cuando crezca el acoso escolar, el fracaso académico, la violencia, la incompetencia, la modorra, la desgana, la desmotivación... Ni con todos los cursos de formación del mundo, ordenadores, internet, conferencias, talleres, se pueden suplantar los valores que proporciona la familia. No se compra el amor con los Presupuestos Generales del Estado, a lo sumo, se contenta a los siervos.

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