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Publicado por
EDUARDO CHAMORRO
León

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ES UN tópico decir que el poder se ejerce en solitario. Pero nunca se encuentra el poder tan solo como cuando el resultado de su ejercicio es un error. Es el momento en el que los subalternos se acogen al muy escenográfico margen del que gozan para alejarse de quien tomó aquella decisión de tan imprevisibles y poco acogedoras consecuencias, y dejar de tal modo bien claro que nada tuvieron que ver con aquello ni con su cuando, dónde y porqué. Así surgen, más o menos repentinas, áreas súbitamente en blanco, zonas cero en las que el músculo duerme, la ambición descansa, y Rodríguez Zapatero y Pepe Blanco se perfilan más solos que serviola en ventisquero. Y es así que entran en inesperado contraste con otros cuadros de cordialidad no sólo más brillante, también más pintoresca, como fue aquel en el que pudo verse, a mitad de los festejos del 12 de octubre, a Alfredo Rubalcaba acariciando, abrillantando o puliendo la mano de la vicepresidenta con tan acólito frenesí en la cortesía que no había manera de distinguir si el ministro del Interior rendía homenaje a la mano que mece la cuna o intentaba que actuara esa mano como si fuera de santo a la hora de vestir de cualquier otro modo la retirada de la reunión en Barcelona de los ministros de la Vivienda europeos. Alguien dijo que toda batalla perdida es una batalla que se dio por perdida. Es una frase de esa época en la que todos los estudiosos del arte de la guerra eran intelectuales y podían hablar en latín en el momento menos pensado -y hubieran bebido o no-, de manera que su ambigüedad es casi una licencia poética que puede ser de algún servicio para alguien como Rubalcaba dispuesto, por ejemplo, a no dar por perdida la batalla que libra por su propia causa a pesar de lo que se pueda considerar acerca del incidente de Barcelona o de la falta de incidentes, más bien. Y de ahí su adoración al santo por la peana, independientemente de lo excesivamente audaz que hubiera resultado tan prolongada prosopopeya de Rubalcaba en la mano de Zapatero. Y ahora es el momento de preguntarse, con todo el candor que Pepe Blanco exige de nosotros, si Rubalcaba sabe algo que nosotros ignoramos. Puede que sí, porque es Ministro del Interior -y eso, sin entrar en otros laberintos, da mucha ciencia infusa-. Y puede que no, porque sólo es Ministro del Interior y no más cosas. La zalamería del besamanos en mitad de la parada castrense tal vez tiene que ver con un apoyo psicológico a quien pudiera verse fuera de la vicepresidencia y dentro de una candidatura en la que siempre se corre el riesgo que corrió Landelino Lavilla cuando abandonó su exposición permanente en la presidencia del Congreso para agitarse en unos mítines donde su imagen se transformó en la de los cercos del sudor en sus camisas. O forma parte, tal vez, de un avance oblicuo desde la sugerencia de que podría ser él, el mismo Alfredo Rubalcaba, él que se estaría postulando de tan sutil y cortesana manera para sustituir a Fernández de la Vega en el caso de que la vicepresidenta tuviera que mitinear por la alcaldía de Madrid, y Zapatero se sintiera muy solo.