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León

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ESO de que el poder corrompe lo inventó un corrupto. Julián Muñoz ya hacía trampas a las canicas, es decir, mucho antes de llegar a la alcaldía. La corrupción de los políticos siempre tiene detrás un proceso de aprendizaje, algo así como unas oposiciones de corrupción; otro cantar es que las aprueben copiando. Primero, una trampita en la asociación de vecinos, luego un tonguillo de nada en una votación en la sede, una canallada por allí, un bajeza por allá. Tienen compañeros de promoción, incluso ese maestro al que tanto se debe. Pero el  poder no ha de corromper forzosamente, todo lo más entontece a los proclives a ello. La mayoría de quienes delinquen  en las alturas ya habían demostrado sus destrezas cuando aún estaban en la  planta sótano, se les veía venir. Otros muchos mandan y lideran con honradez. Cabe preguntarse por qué los partidos aceptan a esta gentuza en sus filas. ¿Les son útiles? Cuando se hacen públicas escuchas telefónicas, sorprende el desparpajo con el que despachan cohechos y prevaricaciones, la obscena franqueza de quien se enorgullece de ser el  rey del lodo. El político corrupto desprecia a quienes viven de un sueldo, al empresario honrado, al compañero de partido que  no es  como ellos. Han creado la religión de  sí mismos, ellos son sus propios  mandamientos, creen conocer la condición humana.   ¿Se  corrompieron ya de alcaldes, presidentes de esto, concejales de lo otro? No, llegaron a la política con la saca en la mano, ya envilecidos. Ni siquiera necesitaron un empujoncito. Por eso, son los  partidos los primeros que deben colgar el cartel de reservado el derecho de admisión. Y ser coherentes con esta norma de la casa.

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