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Publicado por
RAMÓN IRIGOYEN
León

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INMACULADA Echevarría, una mujer de 51 años que sigue viva porque los médicos, ateniéndose a una salvaje ley del Código Penal, la conectaron a un respirador en un hospital de Granada, pide ayuda para morir. De entrada, ¿quién no ensalzará la maravilla esa del respirador que salva tantas vidas humanas? Pero, también, ¿quién no echará pestes contra este diabólico artilugio cuando alarga la vida contra la voluntad del paciente? Y no, claro, en los casos de una depresión circunstancial de la que el enfermo termina recuperándose, sino en casos, como el de esta mujer navarra, residente en Granada, que lleva treinta años hospitalizada, con unos sufrimientos inimaginables incluso para Alejandro Amenábar, que llevó al cine la vida, con eutanasia lograda, del héroe Ramón Sampedro en su película Mar adentro . A Inmaculada Echevarría, ya a los 11 años, le diagnosticaron una distrofia muscular progresiva. En un proceso degenerativo, hace 9 años, los médicos la conectaron a un ventilador mecánico, contra la voluntad de la paciente, según ella afirma. Quien tuvo la idea de proclamar que la vida no te dé todo lo que puedas resistir, aquel día, estaba realmente lúcido. La vida nos puede meter en un infierno atroz de muchos años de duración y que el actual desarrollo tecnológico puede prolongar con un sadismo que asustaría incluso al divino marqués de Sade, el rey de la cruedad. En un caso tan atroz los médicos miran para otro lado, cumplen con la patria aplicando a rajatabla el código penal y se van preparando para ese momento de la madurez en que les caerá una medalla de algún ministerio por no haber sucumbido a la tentación de mandar a criar malvas el ventilador mecánico. Esta mujer pide ayuda para morir. Cuando, algún día, esperemos que no muy lejano, se apruebe la ley de eutanasia, comprobaremos una vez más que la idiotez del género humano -y la idiotez, bien entendida, empieza por uno mismo- es infinita.