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Publicado por
FERNANDO ÓNEGA
León

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OJO al dato: cuando todos estábamos esperando la votación del Parlamento Europeo, Zapatero decidió comunicar el nombre de su candidato a la alcaldía de Madrid. El nombre más esperado se dio a conocer en el momento en que la atención política estaba puesta en otra cosa. Como me pagan por pensar mal, mal pienso: el presidente ha querido desviar la atención pública de unas votaciones que le dieron una victoria pírrica de sólo diez escaños, que no servirá de nada y, en cambio, le permitió decir a Mayor Oreja que no existe la cacareada soledad del Partido Popular. La mancha de la mora de Estrasburgo, con mora verde de Sebastián se quita. El caso es que, desvelado el gran misterio, Miguel Sebastián me cae bien. Debe ser que la última vez que lo vi, almorzaba en un restaurante gallego, y «ahí me han dado», como dice el anuncio: quien, sin ser de Galicia, busca lacón, xoubas y caldo de grelos demuestra cuando menos buen gusto y sabiduría de la vida. También me ayudó al buen concepto verlo en compañía de Fernando Abril, el hijo de Abril Martorell, lo cual estimuló mi nostalgia: era como una reunión de Alfonso Guerra con el antiguo número dos de Suárez. Y, desde luego, no será este cronista quien minusvalore a un señor que ha sido capaz de elaborar el programa económico del partido que gobierna. Sebastián sólo tiene un «pequeño» problema. Cuando la radio dio la noticia, el taxista que me llevaba pegó un respingo: «¿y éste quién es?». La pregunta, entre dramática y asombrada, esconde una dura realidad: Zapatero ha escogido a un hombre preparado y seguramente eficaz, pero desconocido por el público votante. Tiene buena facha, tiene buen currículo, tiene grandes relaciones -incluída la constructora que quiso asaltar el BBVA con su consentimiento o de su mano-, pero es un líder sin hacer. Hay que fabricarlo, vestirlo de atractivos y venderlo frente a un monstruo como Ruiz Gallardón, que ya empezó a rentabilizar las obras faraónicas que va a inaugurar minutos antes de empezar a pedir el voto. Y digo yo: para parir este nombre, que ni relumbra, ni asombra, ni surge de las bases socialistas, ni ha demostrado vocación municipalista, Zapatero pudo haber entrado antes en el paritorio. No necesitaba quemarse con José Bono ni demostrar la escasez de su cantera madrileña. Después de haber puesto las ensoñaciones en alturas como la de María Teresa Fernández de la Vega y bajar a un señor que el taxista no conoce, se arriesga a que le digan, como yo, que ha parido un ratón. En esta historia, por ahora, sólo hay una vencedora: la propia María Teresa. Las dudas sobre Madrid la han consagrado como gran figura del gobierno. Y el quedarse en el gobierno, como su figura fundamental.