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Publicado por
VICENTE PUEYO
León

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MIENTRAS el consejero de Medio Ambiente, Carlos Fernández Carriedo, destacaba sonriente en Cuadros la «eficaz» labor de las administraciones al afrontar los efectos de las inundaciones en la provincia, a los vecinos de Vivero, a la vera del Nevadín, allí en casadiós, se les ponía cara de póker mirando el puente del pueblo atestado de maleza o el socavón del diez que les deja más incomunicados de lo que ya estaban. Y en Salientes, en la vertiente que mira al Bierzo, también andaban pensando en los pontoneros (que curiosamente llegaron de Salamanca y no del Ferral) a la vista del tajo que ha hecho el agua en la única vía que les une al mundo civilizado. Hubiera sumado unos cuantos puntos el consejero si alguien le hubiera sugerido acercarse a alguno de los puntos más conflictivos para calibrar de cerca el estupor vecinal; hubiera podido incorporar así un poco de modestia y de mayor realismo al referirse a la eficacia y la capacidad de coordinación de que hacía gala. Quizá de esta forma se hubiera topado también con el presidente de la Confederación del Duero, Antonio Gato, quien ayer, sin luz ni taquígrafos, se reunió con alcaldes y responsables de juntas vecinales afectados por el temporal. Ciertamente sería injusto decir que los operativos puestos en marcha no han estado a la altura de las circunstancias. Se han evitado desgracias irreparables y se ha actuado generalmente con diligencia; en particular por parte de la Guardia Civil. Pero también sería imperdonable no reconocer que hay cuestiones que se ha evidenciado que son manifiestamente mejorables. Sin ir más lejos, el Bernesga, que enseñó su poderío como no se recuerda, podía haber causado estragos en la misma capital si se hubiera tardado sólo unos días más en la limpieza de la jungla en que se había convertido la zona aledaña a San Marcos. Se achaca al organismo hidrográfico, a la Confederación del Duero, la responsabilidad sobre estas cuestiones pero, es cierto, y ayer se subrayaba de nuevo en una nota de la CHD, que las competencias sobre los cauces en tramos urbanos corresponden a las comunidades autónomas y a los ayuntamientos aunque deba mediar una autorización administrativa de la Confederación como titular del dominio público hidráulico. Estos cruces de competencias, por más que sobre el papel parezcan estar claros, son caldo de cultivo para la lectura ambigua y para el irresponsable ejercicio de la inacción o del mirar para otro lado. Tanto lo ocurrido en León, como el fiasco de Valencia de Don Juan, donde el padre Esla invadió las zonas recreativas de la ribera, como lo ocurrido en cauces de la montaña, -como el arroyo Dueñas, que dejó aislada a la zona de Lois-, evidencian que, a la hora de la verdad, hay lagunas importantes en materia de coordinación. En ocasiones deberíamos poner en cuarentena el tesón descentralizador que invade a este país y abrir las compuertas del sentido común para no perder de vista lo esencial. Pero quizá sea ya tarde para que el Estado recupere un papel protagonista en cuestiones como la ordenación del territorio o un control más eficaz y directo en la gestión protección de un bien tan esencial, y a veces tan turbulento, como el agua.

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