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León

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Argimiro Alonso González... don Argimiro, todo el mundo sabe que es el párroco de San Martín; es un cura de los buenos curas de antes, exigente con todo el mundo pero también consigo mismo, entrañable cascarrabias que siempre está dispuesto a la lucha, al trabajo y que sobre todo es una buena persona, o sea de los que están ahí cuando hacen falta, cuando se necesita. El otro día le vi ensimismado y pensativo en un ratito que tuvo después de un ajetreado día de los suyos y en sus ojos adiviné que estaba echando las cuentas de su vida y que se quedaba sorprendido: hacía nada más y nada menos que cincuenta años de su ordenación sacerdotal; en su rostro confuso se adivinaba que volvía una y otra vez a sumar de nuevo a restar... pero nada, le salían cincuenta años clavados y sospeché que se preguntaba..., ¿cómo era posible? Si apenas había empezado... sí aún le quedaba tanto por hacer. Pues sí, amigo mío, el tiempo no pasa en balde para nadie. Acuérdate que hace 37 años llegaste a San Martín con la ilusión de acceder a una de las mejores parroquias de León, con el empuje de quien quería cambiarlo todo, de hacer muchas cosas, de arreglar tantos asuntos de perdonar tantos pecados, de ayudar a quien te lo pidiera de estar al lado de todos... ¿Aún te acuerdas, eh? Pues algunos también se acuerdan y te diré una cosa al oído... creo que has conseguido tus sueños. Tantos años en el barrio te han identificado de tal forma con él que estoy por apostar porque me consta, que no hay nadie que no te conozca, ni los pobres ni los ricos, ni los taberneros ni los comerciantes, ni los fieles ni los infieles, ni los papones ni quienes no lo son, ni los jóvenes, ni los mayores, ni los de un color ni los de otro... nadie puede decir que nunca te hayas paseado alguna vez por sus vidas; sabes que todos han tenido un hueco en tu corazón y lo seguirán teniendo. También te diré que todo ese mundo piensa que eres un tipo estupendo y un cura como la copa de un pino; que te quieren y te necesitan y en cuanto a ti mismo aún te diré más... creo que permanece intacta tu ilusión, tus ganas de hacer... y aún más, sigues conservando la paleta que en tu mano participó en tantas y tantas obras que sirvieron para engrandecer nuestra iglesia de San Martín. ¿Y sabes qué te digo? Pues que yo me alegro infinito porque sé que te tengo ahí cerca, que aún puedo descansar en ti sabiendo que sigues incólume, como una roca, con la mano tendida aún, cuadrando horarios, atendiendo la iglesia y a todos a quienes llamamos a su puerta. Gracias, amigo, y hasta dentro de otros cincuenta años y como decimos los papones a los que conoces muy bien... Que sea enhorabuena. Elías Álvarez, por Minerva y Veracruz (León).