CiU/PSC: ni tanto ni tan calvo

HUBO una abstención alarmante en el referendo del Estatuto el pasado junio, y ellos ni se enteraron. Ellos son todos los partidos políticos catalanes. En las jaulas de oro en las que viven hace ya tiempo que se cerró cualquier comunicación con el exterior. Así les va. Ahora tienen un problema llamado pacto: ¿contra quién el pacto? Mucha música y poca letra, de momento: la solución será difícil y me niego a escribir sobre especulaciones. Todos los partidos perdieron credibilidad, prestigio, creyentes, fieles. Iniciativa por Cataluña /Verdes harían bien en ser más recatados en lo de celebrar la subida. A fin de cuentas suman los diputados que les vienen de votos rebotados del PSC, que es lo mismo que engañar al marido o mujer sólo porque se está enfadado. Si una nueva formación, Ciudadanos, es capaz de auparse con 3 diputados a pesar del ninguneo de los medios catalanes y las descalificaciones gratuitas recibidas, es que nadie estaba de guardia cuando tocaba. ERC mantiene el clamor de tipología radical de los más jóvenes, nacidos y crecidos en el nacionalismo de Pujol. CIU no ha ganado: ha mantenido una parroquia, la de su clase y condición social: el conservadurismo más inamovible desde siglos. De tanto mirarse el ombligo, Mas ha perdido las dioptrías suficientes como para no darse cuenta del disparate de no aceptar un pacto con el moderado PP catalán de Piqué, que a la larga incluso le permitiría contribuir a modificar las posiciones más radicales de este partido en el resto de España. El PSC ha pagado todos los males de tripartito además de las vacilaciones de ZP durante 3 años. ¿Por qué no votaron los del cinturón industrial? Veintitrés años negándoles el pan y la sal por ser charnegos no pueden dar el milagro de que cambien en un día. Pase lo que pase, los políticos catalanes han suspendido. ESPAÑA adelante nos ponen a los vigueses como paradigma del derroche en consumo de agua. No ha habido televisión, radio o papel impreso que no recogiera esos trescientos y pico litros que supuestamente consumimos cada vigués, en contraposición con los sesenta que aconseja la ministra Narbona para cobrar por ellos una tarifa razonable, y aplicar otra disuasoria a partir de ahí. La noticia, evidentemente, no estaba ahí, sino en lo que ha analizado con acierto Diego Pérez en estas páginas: la agresión a nuestras economías que produce cada bimestre la concesionaria del servicio, Aqualia, cobrándonos 500 litros de agua al día los consumamos o no, pero que en todo caso nos anima a utilizarlos. Cristina Narbona, que tiene una gestión en materia de agua con más charcos que realizaciones, ataca la parte más débil, el consumidor. Más resultados conseguiría en la procura de una reserva sensata del preciado líquido, si presionara a las empresas que trasladan el agua y toleran unas pérdidas millonarias en las conducciones. O si impidiera a algunos, muchos ayuntamientos, construir esas chuponas que son los campos de golf, en territorios donde el agua es un bien especialmente escaso. Medidas como esas podría impulsar muchas, porque ejecutar no es fácil, ya que se trata de una competencia municipal. Y después hincarle el diente al problema ciudadano, del que todos somos un poco culpables. Pero sería lamentable que la titular de Medio Ambiente favoreciera que uno de los pueblos más limpios de Europa terminara por perder la condición por razones económicas. Es cierto que nos pasamos en el consumo, pero la ministra se pasa tres pueblos cuando quiere fijar el primer tramo tarifario con una cantidad insuficiente para las necesidades elementalísimas.