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Publicado por
XOSÉ CARLOS ARIAS
León

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QUE la economía española experimenta fuertes desequilibrios está fuera de toda discusión. Que la baja productividad, el retraso tecnológico, la locura constructora, la deuda excesiva, los déficit crecientes en servicios sociales básicos, representan problemas y amenazas serias para nuestro futuro, no sería sensato negarlo. Todos estos aspectos deben ser cuidadosamente analizados y sometidos a crítica; tiempo habrá para hacerlo. Pero quizá hoy nos merecemos un momento de respiro para celebrar una efemérides: nuestra economía acumula ya más de 50 trimestres de crecimiento continuado, la mayor parte de ellos a altas tasas. Ello significa que el PIB español, superior hoy en más de un 40 por ciento al de 1994, ha convergido a un fuerte ritmo con la Unión Europea, hasta el punto de resultar creíble que, en términos per cápita, sobrepase a Italia en tres años, o a Alemania en apenas seis. La experiencia española de los últimos doce años muestra que los esfuerzos en favor de la estabilidad macroeconómica generan círculos virtuosos, sobre todo si son coherentes y persisten en el tiempo. Porque es verdad que hubo una línea de continuidad en la aplicación de la política macroeconómica por los distintos gobiernos desde 1993 -algo que desde luego no estamos acostumbrados a ver en lo que respecta a otras políticas-, lo que cabe consignar como un mérito de sus protagonistas. En primer lugar, de Pedro Solbes, quien puso en marcha el modelo para salir del laberinto originado por la estrategia equivocada del ministerio Solchaga (como un acto de justicia poética podría verse el que él mismo recogiera sus frutos dos legislaturas después). Por su parte, el equipo de Rodrigo Rato supo mantener el rumbo durante su mandato, sobre todo en materia presupuestaria. Claro que todo ello difícilmente habría tenido lugar sin la presencia de las duras condiciones de rigor monetario y fiscal impuestas por la llegada del euro. Habría aquí un notable ejemplo de cómo, a veces, la sujeción a reglas fuertes que prácticamente atan a los gobernantes, pueden producir excelentes resultados macroeconómicos (en este caso combinadas con las generosas entradas de fondos estructurales de la UE). Es en todo caso cierto que ese modelo de crecimiento se está agotando, y que ahora mismo algunos de sus daños colaterales pueden ser ya inaceptables para la sociedad española, en términos de impactos irreversibles sobre el territorio, tiempo perdido en materia tecnológica o insuficiencia de los programas educativos y sanitarios públicos. Las reformas son improrrogables, pero los doce años pasados de crecimiento han creado márgenes que las hacen muy posibles y dependientes sólo de la voluntad política.

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