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Publicado por
ARTURO MANEIRO
León

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EL REPARTO del Gobierno de la Generalidad catalana entre tres partidos minoritarios, dos de ellos perdedores en las elecciones, suena un poco a fraude al espíritu de la democracia, en la que deben gobernar las mayorías, porque se suponen que son las fuerzas que consiguen más respaldo de los ciudadanos. También se podría hablar de ingeniería parlamentaria, porque el resultado final no depende de los electores, sino de los equilibrios, de las sumas, de las uniones, de las estructuras, de lo sistema, de los pactos, de los cálculos de las minorías. En definitiva, partidos políticos que no encuentran el respaldo en las urnas acaban encontrándolo en los grupos parlamentarios. En estos casos de gobierno de las minorías perdedoras, no se puede hablar de programas conjuntos, de líneas de gobierno convergentes, de proyectos políticos comunes, de planes sociales de consenso. La experiencia demuestra que lo único que hay es reparto de parcelas. Cada partido político cultiva su finca y procura sacarle la mayor rentabilidad posible a su huerto, siempre para su medrom no para servicio de una causa común o un proyecto de país pactado. Los presidentes de este tipo de Gobierno lo son de su propio grupo, son sectoriales, no pueden coordinar ni imponer su mandato al resto de los partidos. Los que componen la estructura de reparto sólo están de acuerdo en aprobar los presupuestos, porque cada uno ya se preocupó que sacar la mayor tajada posible, como hacen en los Parlamentos. El caso catalán es uno de los más sangrantes de los conformados en España. Se repite una experiencia absolutamente fracasada. Dos de los tres partidos que lo forman han bajado en escaños y en votos reales; es decir, han sido castigados por el electorado. Resulta que ahora adquiere más poder el líder de un partido que había sido separado en el Gobierno anterior, no el de años anteriores, sino el inmediatamente anterior. Carod Rovira vuelve ahora con más fuerza, con ganas de desquitarse de las humillaciones anteriores. Va a ser presidente de al Generalidad un perdedor de las elecciones, José Montilla, líder de un partido que ha bajado en escaños y en votos. Es como esos premios de la lotería de Navidad que quedan «muy repartidos»: muchos altos cargos, muchos cargos intermedios, muchos nuevos puestos de trabajo repartidos entre muchos partidos, muchas organizaciones, muchas ejecutivas, muchos militantes. Y todo esto sucede con una abstención de casi la mitad de la ciudadanía catalana. Y lo peor es que no parece que con este tipo de ingenierías vaya a aumentar mucho el interés de los electores por ir a las urnas. En el fondo no importa lo que digan los electores, lo importante es lo que cocinen los grupos parlamentarios, sobre todo si son perdedores y no alcanzan el respaldo social.

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