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Publicado por
YASHMINA SHAWKI
León

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NO HAN tardado mucho los vencedores demócratas en exigir que el eje de su campaña electoral se haga realidad: acabar con la sangría humana y económica que la presencia de las tropas estadounidenses está provocando en Irak. Los demócratas han puesto contra las cuerdas a Bush al darle un plazo de entre cuatro y seis meses para sacar a sus 145.000 boys del nuevo Vietnam en que se ha convertido la vieja Mesopotamia. Cierto que sigue siendo prerrogativa del presidente norteamericano determinar la política exterior de su país, pero la mayoría demócrata en ambas cámaras puede hacer que los poco más de dos años que le restan de mandato se conviertan en un infierno. Entre tanto, el primer ministro iraquí, el chií Nouri al Maliki, ha decidido reestructurar su gabinete para frenar la incontenible ola de violencia en el país. Acusa a los miembros del Gobierno, representantes de las diversas etnias y tendencias religiosas de Irak, de ser más leales a intereses sectarios que a las necesidades de su país. Viene este anuncio tras la advertencia lanzada por políticos suníes de que si no se pone freno a la actuación de las milicias chiíes se verán obligados a tomar las armas para combatirlos. La desesperación de Al Maliki es comprensible. Y es que, aunque la situación actual, provocada por la invasión del 2003, es caótica, podría volverse apocalíptica con el abandono de las tropas si éstas no son sustituidas de alguna manera. La ausencia de fuerzas del orden, aún extranjeras, supondría la desaparición del único freno a la guerra civil y podría provocar un efecto dominó en los países vecinos. La intervención de Irán y Siria, que está estudiándose como alternativa, sólo exacerbaría aún más el odio sectario. Sería como extraer una flecha de un cuerpo para dejar que la sangre mane a borbotones.

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