LA VELETA
El proceso: de Zapatero a Kafka
A TODO lo que sucede -o no sucede- en Euskadi se le llama «el proceso». Ya no es un proceso de paz, según la versión del Gobierno; ni un proceso de rendición, como gusta de decir el PP; ni un proceso de negociación, como decía la gente de la calle; ni un proceso de extinción ordenada del terrorismo, como pensábamos los más optimistas. Sólo es, en versión estrictamente aberzale, «el proceso», que hace referencia a una situación política enquistada, perdurable, confusa y, allá en la trastienda, dramática y sangrienta. Después de seis meses mareando la perdiz, la esperanzadora hipérbole que era el proceso de paz se ha reducido a la escuchimizada expresión «el proceso», y todas las evocaciones personales que venían detrás de aquel noble intento están pasando, en justa atribución literaria, de Zapatero a Kafka. Mientras los más incautos soñá bamos con un proceso de negociación riguroso y bien gestionado, que no tuviese más objeto que adelantar una rendición ganada por el Estado, Zapatero prefirió encomendarse a la intuición y a la suerte, como si esta le pudiese deparar, a cambio de nada, la gloria que fue esquiva para sus antecesores. Y por eso estamos así: estupefactos y defraudados, rezándole a Santa Rita para que convierta en puro suceso lo que debió ser un éxito político sereno y trabajado. El presidente del Gobierno sigue creyendo que se puede cambiar de política sin cambiar de discurso; que se puede satisfacer al mismo tiempo a Rajoy y a ETA; que se puede hablar de negociación mientras se crea un esperpéntico ambiente de acoso judicial, y que el fin de un grupo terrorista puede sobrevenir en medio de una actitud institucional que trata de demostrar, con ocurrencias mediáticas, que aquí no está pasando nada. La oportunidad de la paz existió. Pero exigía un nuevo discurso, que no se hizo, una actitud institucional inteligente que nos asoma por ninguna parte, y una llamada de atención a todos los que, bajo la apariencia de un ejercicio institucional impecable, jugaron descaradamente a la política más regresiva y obstruccionista. Y por eso, porque se creyó que la negociación era un lance suerte, está todo a punto de derrumbarse. Por lo que a mí respecta, sigo alentando la esperanza. Y tengo por cierto, todavía, que ETA está vencida y necesita la paz sin condiciones. Porque si no es así, y si todo depende de que haya en el país un ápice de inteligencia política o un soplo de generosidad, la muerte volverá a las calles de España, y tendrán que pasar dos décadas más hasta que alguien vuelva a tener la misma oportunidad que tuvo Zapatero: cambiar el discurso, hacer otra política y darle salida al pus que gangrena el Estado. Una pena.