EL EQUILIBRISTA
Lo mejor y lo peor del fútbol
LO MEJOR del fútbol somos nosotros. Usted y yo, que acampamos en un estadio o en una televisión y aplaudimos, gozamos, sufrimos, cantamos, lloramos, gritamos. Usted y yo, que nos merendamos con cerveza y tenemos mala fama por ser futboleros. Incluso más, hay una clase de intelectuales que nos consideran vulgares y zafios. Nosotros somos lo mejor del fútbol. Los que lo dirigen, no. Ellos van a lo suyo. Los ejecutivos cobran normalmente sobre beneficios, nunca sobre presupuestos (ni sobre pérdidas, aunque en el futuro algún presidente ha de estudiar tal cuestión). Porque las empresas suelen generar balances positivos y, de no ser así, acostumbran a cerrarse. El fútbol, no. Es una ruina que pagamos todos y que Hacienda, o el Estado, exonera de responsabilidades que nunca podemos eludir. Usted y yo, que somos lo mejor del fútbol. Los que nos morimos de la risa cuando pierden los otros, que nos divertimos sanamente, apasionadamente, tan de carne a carne que se nos vuelve loca el alma de tanto sentir. A otros les da por tirar mecheros al campo, pelearse, plantarle una bengala en el pecho a un chaval, una patada, una cabeza rapada, una esvástica y mil insultos que nos hieren. Esos son también lo peor del fútbol, porque nada tienen que ver con usted y conmigo, que somos la inmensa mayoría. El fútbol es ocio, intrascendente. Sirve para pasar gozosamente el tiempo. Por ello, en vacaciones, es preciso que no se pare el fútbol: porque ellos nos divierten a nosotros. Cobran mucho por ello. Pero el ocio es preciso gestionarlo con esmero y rigor. No gastarse, por ejemplo, 80.000 millones en fichajes para proyectar la imagen de un empresario que quiere ser Dios, o parecerlo. Lo hizo el Real Madrid en los últimos seis años. Y no pasó nada. Se trata, probablemente, de procurar la guerra de las galaxias en versión hispanocasposa. Por eso, tal vez, juegan en España futbolistas estelares hiperbólicamente pagados: los más pagados del mundo. Para que nuestro fútbol sea la liga de las estrellas (la liga, sí, porque la selección es la selección de los estrellados: dirigida por un sabio que sólo sabe que nada sabe). Juegan en España los más caros, también, para que se vayan millones a arcas ignotas. Para que se cobren comisiones, para que se desmesuren los sueldos y se hunda el futuro. Los niños antes querían ser futbolistas, ahora quieren ser futbolistas multimillonarios. Al fútbol hay que tratarlo igual que se trata a la ciudadanía: con los mismos criterios y leyes. ¿O acaso usted, si presenta un déficit de 26.000 millones de pesetas, no va a estar perseguido por el fisco? ¿Acaso a su empresa le condonan las deudas con la Seguridad Social? ¿Acaso los poderes públicos subvencionan los agujeros de sus hipotecas? Hacienda y España somos todos, decían. El «pan y circo» de los romanos es «democracia y fútbol» en nuestros días. Lo mejor del fútbol somos nosotros. Y porque sin usted no habría fútbol, permítame afirmar, tenemos derecho a otro fútbol. A los corruptos, o a los que generan corruptelas, que los metan en la cárcel. Pero antes habrá que buscarlos, perseguirlos, inspeccionarlos y no perdonarlos. El perdón lo dejamos para usted y para mí: por amar este juego, tan divertido, hasta la locura.