Diario de León
Publicado por
JUAN F. PÉREZ CHENCHO
León

Creado:

Actualizado:

EN LOS juicios penales las salas están repletas de emociones. Los asistentes mantienen la mirada vidriosa y perdida. Da lo mismo que el juicio sea por un crimen o que tenga las raíces retorcidas del terrorismo. En los dos supuestos las miradas del público son como nubes rosáceas. Como las del boxeador con el rostro aplastando la resina del cuadrilátero. En León se celebra estos días, en la sala primera de la Audiencia Provincial, con jurado popular, la vista por el llamado crimen del maletero. Está acusado un joven de 35 años por asesinar presuntamente a su ex-compañera sentimental. A través de las informaciones del periódico se palpa la tensión en la sala. Yo he ejercido todas las modalidades del periodismo. Todas, menos una. Jamás he sido capaz de meterme en las galeradas de sucesos. Si me hubiesen asignado esta sección, es más que probable que no estaría hoy en el periodismo. Pero, bueno; una cosa es la sección de sucesos y otra la de tribunales, con la que conviví, aunque fuera en la justicia de Derecho Social, durante una década. Miramos la otra cara de la moneda y comprobamos que en la Audiencia Nacional también se juzga a dos etarras que atentaron en el País Vasco contra el diputado socialista Eduardo Madina. Fue en el 2002, cuando ejercía como líder de las Juventudes del puño y de la rosa. Una bomba lapa adosada a su coche no le segó la vida., pero le mutiló la pierna izquierda. He seguido el proceso, con secuencias de impacto, a través de la tele. Y vi lágrimas como surcos regados por el agua fría de las norias, lágrimas de cristal, en los ojos de los asistentes. Cuando el fiscal quiso entrar, como si fuera un psiquiatra, en el corazón y la mente del joven diputado, éste respondió sereno y conmovedoramente: «En mi casa se hizo la noche y una sombra de pena y tristeza envolvió a mi familia». Su madre murió infartada meses después. Su padre entró en ese túnel ciego de la depresión, del que logró salir a la luz. La declaración de Eduardo Madina fundió en una sola dos emociones: La personal y familiar, con la convicción política: «Después de cinco años -declaró- mis compromisos políticos e individuales siguen intactos. Eta no ha conseguido, ni va a conseguir nunca, cambiarlos». Si queda alguna esperanza para la paz en el País Vasco, la declaración de Eduardo Madina es como ese hilo de seda del que cuelgan las arañas. Conmovió a víctimas y, supongo, si es que les queda adrenalina, también a los verdugos. No cuajó en el corazón de la ATV (Asociación Víctimas del Terrorismo), que acude como acusación particular dependiendo, según lenguaje primario, de si es de Paco Camino o de El Viti. Las víctimas nunca deben tener color. Y menos aún rentabilidad política. Estoy de acuerdo absolutamente con el escritor Jorge Edwards cuando matiza: «Escribir es una imprudencia, una profesión peligrosa, porque tiene que ver con la memoria real de las cosas». Yo creo que la realidad contada por Eduardo Madina en el proceso, lejos de ser imprudente, tampoco lleva anillada la condición de peligrosa. Es la memoria emocionada de las cosas, de lo que realmente pasó y generó aquella hora que estrenaba el día de la fatalidad.

tracking